Publicado el 27 de octubre de 2008
Somos nosotros. Sí, eres tú, soy yo, son ellos, somos todos nosotros los que de muchas y variadas maneras hemos conducido a la sociedad hacia la irresponsabilidad cívica. Ofrecer sobornos, hacer trampas, tratar siempre de sacar ventaja, tirar basura en las calles, transar a quien se pueda o deje, no respetar las normas y reglamentos, intentar siempre darle la vuelta a los procedimientos establecidos.
Estas parecen ser las características de nuestra cultura. Los ejemplos nos brincan en cualquier parte, a tal grado que hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante el descaro y la falta de urbanidad de nuestros contemporáneos.
Ante este problema pareciera que no queda otro remedio que seguir “fastidiando al de adelante porque atrás te vienen fastidiando”. ¿Debemos resignarnos a ello? Yo creo que no. El reto es rescatar los valores cívicos, educar en urbanidad y cortesía como métodos para preservar nuestras más puras, antiguas y tradicionales valores sociales.
Por alguna extraña razón los mexicanos, y particularmente los campechanos, tenemos una clara tendencia a no respetar las normas, trátese de las que fueren: de tránsito, laborales, escolares, disciplinarias, etcétera. Mencione un reglamento y con seguridad tendremos un claro ejemplo de cómo “darle la vuelta”. Hasta tenemos un dicho: “Las leyes se hicieron para ser violadas”.
En nuestras calles no es extraño ver autos estacionados en lugares no permitidos, conductores cruzándose impunemente la luz roja del semáforo, circulando con placas vencidas o de plano sin ellas. Personas arrojando basura a la calle desde sus automóviles, no usando cinturones de seguridad, conduciendo al mismo tiempo que ingieren bebidas alcohólicas, hablan por teléfono celular o con niños o mascotas en el regazo.
Es común ver personas que se saltan en “la cola” pasando por alto a las que estaban formadas previamente. Otras que se valen de influencias para proveerse de algún producto o servicio que normativa y correctamente les ha sido negado y algunos más, haciendo hasta lo imposible por no pagar impuestos u otras obligaciones establecidas.
Me da la impresión que quisiéramos reglamentos a modo, que se ajusten a nuestras prisas, humores, estados fisiológicos o celebraciones. Esto sencillamente no puede ser, sólo conduciría a la anarquía y desde ahí, sólo queda un paso para regresar a la ley de la selva.
Esta situación se agrava dado que en numerosas ocasiones nos acompañamos de nuestros hijos cuando flagrantemente violamos las normas y reglamentos establecidos por la autoridad y el mal ejemplo permea en ellos. Los niños se familiarizan con estas faltas, crecen desarrollando la habilidad para pasar por alto los dictámenes establecidos porque piensan que la inteligencia y astucia es proporcional a las leyes impunemente no respetadas. Esta es por desgracia, una parte de la educación que no descuidamos, por lo contrario, nos esmeramos y con particular cuidado aconsejamos y demostramos a los chicos cual es la mejor forma de incumplir reglamentos sin que nadie te lo pueda comprobar.
Y si para nuestra desgracia, nos atrapan, siempre queda el recurso de ofrecer el soborno a las autoridades correspondientes. Eso también lo aprenden los niños desde temprana edad y lo aprenden bien. Todo lo anterior hace que esta sociedad se convierta en una extraordinaria productora de personas que no tienen el menor cuidado y respeto por el derecho de los demás. Yo creo que nosotros y nuestras familias no merecen vivir en una sociedad así.
Lo curioso de esto es que los mismos ciudadanos que exigimos transparencia y honestidad a nuestros gobernantes, cuentas claras en los ejercicios presupuestales, correcta aplicación de los impuestos y respeto a nuestros inalienables derechos ciudadanos, somos los mismos que tratamos por todos los medios posibles de caer en la desobediencia civil al no pagar tenencia, servicios públicos y otras contribuciones ciudadanas a las que estamos obligados por ley. ¿Otra vez leyes a modo? ¿Respeto irrestricto a mis derechos e incumplimiento pleno de mis obligaciones ciudadanas?
Ante esta situación, se torna urgente la necesidad de retornar a los valores primarios del civismo y la urbanidad. El civismo se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en colectividad. Se basa en el
La urbanidad son una serie de pautas de comportamiento que se deben cumplir y acatar para lograr una mejor relación con las personas con las que convivimos y nos relacionamos. Las reglas de urbanidad nos enseñan a ser metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes sociales, a ser atentos, respetuosos, corteses, amables y tolerantes con los demás.
Por ello, celebramos que la Secretaría de Educación Pública retome la impartición del civismo en las primarias a partir del ciclo escolar 2008-2009. El objetivo es impulsar la construcción de personas capaces de conducirse con honestidad y apego a las leyes, que ejerzan su libertad con responsabilidad, basados en el sentido de la justicia y de la solidaridad.
Pero todo ese esfuerzo será completa y absolutamente nulo si al llegar a casa los chicos se encuentran con que sus propios padres contradicen lo que en la escuela se plantea. Por ello resulta fundamental la participación activa de los padres, su ejemplo diario a través del ejercicio de actitudes adecuadas traducidas a un correcto comportamiento cívico se torna vital para la eficaz formación de nuevos y mejores ciudadanos.
En estos tiempos de violencia y descomposición social y familiar, debemos más que nunca trabajar en la reconstrucción de nuestros valores sociales, en la formación de ciudadanos comprometidos, íntegros, congruentes, amables, consientes de su responsabilidad con los demás. Ciudadanos con una firme formación moral y ética que los conduzca al cumplimiento de sus responsabilidades cívicas y a la defensa de nuestros derechos individuales y sociales.
Sólo así tendremos la oportunidad de proporcionar a nuestras familias una sociedad más justa, próspera y con mayores oportunidades de desarrollo para todos.
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