Publicado el 26 de septiembre de 2008
A los amigos de siempre.
De pronto llegó, no lo esperaba, ni siquiera un aviso previo, simplemente está aquí. Lo puedo sentir en el aire, en el espacio claro de mis pensamientos, en el ambiente adormecido de la ciudad. Es el tiempo de otoño, el tiempo de la cosecha, de la reflexión y el análisis. Época de revisar el cumplimiento de metas, de replanteamiento de estrategias, valoración y cambio. Tiempo de otoño, de hojas caídas y de brotes que se renuevan, de tonos sepia y de coloridas promesas. ¿Puedes verlo? Está a las puertas y es imposible dejarlo ahí.
De pronto llegó, no lo esperaba, ni siquiera un aviso previo, simplemente está aquí. Lo puedo sentir en el aire, en el espacio claro de mis pensamientos, en el ambiente adormecido de la ciudad. Es el tiempo de otoño, el tiempo de la cosecha, de la reflexión y el análisis. Época de revisar el cumplimiento de metas, de replanteamiento de estrategias, valoración y cambio. Tiempo de otoño, de hojas caídas y de brotes que se renuevan, de tonos sepia y de coloridas promesas. ¿Puedes verlo? Está a las puertas y es imposible dejarlo ahí.
Hace años, mi idea del otoño era como en aquellas clásicas películas norteamericanas: la toma inicia con el viento trémulo que barre las hojas marchitas de los árboles en un parque vacio. A lo lejos, una banca solitaria extraña a los que ya no están y que jamás regresarán. El cielo gris del atardecer regala las últimas sombras que se precipita y se estiran con pereza por la calzada. Los árboles desnudos parecen murmuran recuerdos de otros ayeres, canciones adormecidas entre sus ramas que se aferran con desesperación a sus últimas hojas, a sus últimas notas.
A cuadro aparece alguien que camina solitario, se arropa y mira hacia el horizonte más allá de las colinas, más allá de las nubes que prometen lluvia, más allá de sus propios sueños. Acercamiento al rostro del actor que refleja en sus facciones el paso y más que otra cosa, el peso de los años. Finalmente la cámara nos regala una vista de pájaro para contemplar la soledad y el silencio que atrapa la escena y que nos sumerge en un universo de melancolía y de anhelos que se marchitan. Así era el tiempo de otoño cuando la primavera se reflejaba en mis ojos y se recreaba en el patio de mi casa.
Y es que el otoño lleva a cuestas una carga emocional muy importante, se le vincula con la madurez, interpretada no como etapa de esplendor humano, de plenitud de las funciones corporales, emocionales y mentales, sino como una dramática preparación para la vejez. Se le enlaza al decaimiento de las fuerzas y del ímpetu de la juventud, a los primeros cabellos blancos que se asoman en las sienes, a los primeros achaques y dolencias que presagian un debilitamiento en la calidad de vida y el principio de males que nos aquejarán en la ya cercana e inevitable vejez. Nada puede ser más erróneo que eso.
Hoy, desprovisto ya de las dolencias de la juventud y cuando el tiempo de otoño se asoma presuroso a mi ventana, son otras las imágenes que se precipitan a mi mente: es un enorme árbol colmado de frutas a punto de madurar en medio de un paisaje siempre verde, siempre luminoso. Una tarde apacible de lluvia con ritmo de jazz y sabor a café. Una velada de reencuentro con los amigos de la secundaria y la plática siempre rebosante de recuerdos, añoranzas y risas que parecen no terminar. Una última mirada para contemplarla relajada y serena en la penumbra tibia de mi habitación.
El tiempo de otoño es un tiempo de reflexión y análisis. Comparar lo que planeamos para nosotros cuando teníamos 20 años contra lo que hoy hemos logrado y determinar con honestidad si el presente nos gusta o no. Es un instante de claridad y madurez que nos permite vislumbrar si con lo hasta ahora realizado nos basta para ser felices y sentirnos satisfechos; esto es de vital importancia porque, estoy seguro, nadie quiere llegar al final de su vida con asuntos pendientes que comprometan las expectativas de autorrealización. Reflexionar, analizar, sopesar y tomar decisiones adecuadas son ventajas que disponemos en el otoño y que debemos aprovechar para nuestro beneficio.
Esto significa que el otoño es también un tiempo valioso para ponernos en acción. Sea para cosechar los frutos del esfuerzo, dedicación y entusiasmo o para redirigir los pasos hacia horizontes más amplios y descubrir nuevas sendas que nos conduzcan a destinos mayores. Es el momento de caminar con seguridad, sin prisas ni miedos, caminos que nunca antes habíamos caminado y cantar canciones que jamás se habían cantado. Atrevernos a hacer lo que siempre hemos querido y aplazamos por las faenas diarias del trabajo y el hogar. Dejar de postergar las acciones que nos impulsan a la plenitud y la felicidad auténtica y verdadera. Salir de nuestra área de comodidad y lanzarnos a la aventura de vivir la vida.
Es la última oportunidad de tomar las riendas y el control de nuestras vidas, de ir a donde siempre quisimos ir y hacer lo que siempre quisimos hacer. No existen límites: correr el maratón, nadar más que nunca, escalar montañas y explorar cavernas, descubrir nuevas geografías y quizás nuevas anatomías. Abrazar más que nunca, escribir libros y poemas, bailar los carnavales, conocer personas, desarrollar habilidades y capacidades, lograr tantos triunfos como nosotros mismos quisiéramos. Este el momento y este es el tiempo, si no es ahora, no será nunca.
El otoño nos puede regalar los beneficios de la felicidad que nunca termina, la satisfacción que conduce a la realización plena como seres humanos. La madurez y la inspiración, el ánimo y la motivación, las oportunidades y los recursos para aprovecharlas y explotarlas al máximo. El tiempo de otoño es un tiempo de renovación y cambio con rumbo y dirección. Ahora, la escena de otoño es una visión del mar sereno, la luna de octubre ilumina y dibuja un sendero de plata sobre la superficie del océano, en él navega una barca hacia el horizonte infinito.
La cámara gira y nos ofrece una toma de la playa, sobre la arena hay huellas profundas, ni la brisa ni las olas las pueden borrar. A cuadro aparece alguien que mira esas huellas y sonríe. Nuevo giro y aparecen aves que se alejan juntas. La luna declina y el cielo se va llenando con las luces y los colores de un nuevo amanecer.
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