Publicado el 13 de septiembre de 2008
Para Lalo con profundo cariño
¿Por qué debo escribir? O mejor aún ¿Por qué quiero escribir? Podría decir que solamente porque sí, pero mentiría. Podría asegurar que tengo importantes razones sociales y culturales, así como trascendentales argumentos que cambiarán el rumbo del país, pero también mentiría. ¿Me persigue la inspiración, las musas, los duendes que se alimentan de las letras? No es así. ¿Entonces? Escribo porque necesito hacerlo, porque existe alguien enojado y fastidiado por el hecho de que yo no escriba nada. Necesito escribir para calmarlo y para que abandone sus diarios reclamos y quejas que ya no me dan vida. Les diré de qué se trata.
¿Por qué debo escribir? O mejor aún ¿Por qué quiero escribir? Podría decir que solamente porque sí, pero mentiría. Podría asegurar que tengo importantes razones sociales y culturales, así como trascendentales argumentos que cambiarán el rumbo del país, pero también mentiría. ¿Me persigue la inspiración, las musas, los duendes que se alimentan de las letras? No es así. ¿Entonces? Escribo porque necesito hacerlo, porque existe alguien enojado y fastidiado por el hecho de que yo no escriba nada. Necesito escribir para calmarlo y para que abandone sus diarios reclamos y quejas que ya no me dan vida. Les diré de qué se trata.
Todo surgió a principio de los años setentas, cuando descubrí que en los periódicos, además de la cartelera cinematográfica y la sección deportiva, existía la página editorial. No recuerdo a muchos de los escritores de ese entonces, para ser más exacto sólo recuerdo a don Marco A. Almazán y su entonces famosa y humorística columna Claroscuro; mención aparte sus directas, rara vez profundas pero siempre filosóficas “Píldoras Anticonceptistas” y ni hablar de su libro “Don Baldomero murió virgen”. No recuerdo cuantas veces leía y releía esos escritos, no recuerdo cuantas veces pasé de las sonrisas a la risa abierta ante el ingenio y la agudeza del señor Almazán. Lo que sí recuerdo es que siempre quise escribir como él.
En aquellos días de la infancia: las ideas, los conceptos, las definiciones y las expectativas eran sencillas y claras, no existían recovecos ni complicaciones, nada de vuelcos, nada de análisis, nada de sugerencias ni de imposiciones. Todo se remitía a declarar, cuando yo sea grande quiero ser bombero, policía, astronauta o lo que fuere. Yo también hice mi declaración: cuando yo sea grande quiero escribir en el periódico, quiero que la gente lea lo que pienso, que me reconozca por lo que escribo. Lo penoso del asunto es que no definí con exactitud el parámetro de ser grande. Y ahora, cuando ya he rebasado los 40 años he decidido por fin que ya soy grande y que ser congruente conmigo mismo es convertirme en lo que quería ser de niño.
Es verdad, uno se hace grande mucho antes de los 40 años, pero también es cierto que los diversos senderos de la vida te alejan irremediablemente de los sueños infantiles. Muchas veces no te das ni cuenta cuando las exigencias de una familia en continuo crecimiento y los vaivenes incesantes de la vida productiva logran que las personas focalicemos toda nuestra energía en lograr sustento y patrimonio. Por otra parte, existen tiempos en que nos asaltan las turbulencias de la vida y en esos torbellinos perdemos la ruta de nuestros anhelos primeros y nos concentramos únicamente en sobrevivir. En esos escenarios me diluía y siempre, siempre existía una excusa para aplazar los sueños.
Pero en un instante, en un momento cualquiera de un día que ya no recuerdo, alguien murmuró quejas desde el pasado, sin darme cuenta, el murmullo subió por las paredes, invadió mi espacio, mi casa, mis recuerdos y cimbró todo mi universo interior y finalmente se convirtió en un abierto reclamo: ¿Qué estas esperando? ¿Hasta cuándo? Entonces supe que no tenía más opciones que atender las exigencias de aquel niño cuyos deseos no había realizado. Él confiaba en mí, pero su paciencia se había terminado.
Por eso estoy frente a la máquina (en realidad es una computadora, pero eso es menos romántico) sin buscar fama ni gloria en las letras, porque además temo que eso nunca lo encontraría, sin afanes de trascendencia más allá de la efímera vigencia de un periódico, sin ideas ilusas de descubrir hilos negros o piedras filosofales, no quiero construir espacios de denuncia pública o de crítica ácida, no quiero ventilar los tropiezos y penurias de políticos ni criticar las tareas del gobierno en turno. No, nada de eso.
Mi mayor pretensión es cumplir los deseos al niño aquel que soñaba frente al periódico y con ello calmar su enojo. Decirle que puede estar tranquilo que por fin ahora es grande y es el tiempo y el momento de cumplir sus anhelos de “escribidor” de periódicos.
Debo mencionar que aún no tengo del todo claro los temas que quiero abordar, pero sé que todo irá surgiendo, que encontraré elementos, motivos, razones y circunstancias por aquí, por allá y por todos lados para ir llenando hojas con palabras que se tornarán en párrafos, estos irán tomando forma hasta convertirse en pensamientos escritos, en ideas impresas y en la vida misma. De eso no me queda la menor duda. Y si en el camino de cumplirle al niño, alguien más me lee y me sigue leyendo, entonces misión cumplida, mí estimado Lalo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Después de tu comentario escribe tu nombre para saber que eres tu.