domingo, 31 de mayo de 2009

10. A correr riesgos

Publicado el 25 de noviembre de 2008


A veces es preciso, fundamental y vital tomar riesgos, a veces es necesario vivir la emoción de arriesgarse, pasar de espectador a protagonista de tu propia película de acción y disfrutar la emoción, la aventura y las recompensas que genera el explorar tus propios límites y llegar hasta donde no habías llegado jamás, y con ello, construir las experiencias y los recuerdos que te adornarán y te harán sonreír el resto de tu vida.

Hay personas que les gusta correr riesgos, que se acostumbran a vivir en la frontera del peligro exponiendo en muchas ocasiones su integridad física e incluso su vida. Esto los lleva a la práctica de deportes extremos, a vivir la emoción de arriesgar la piel en cada suerte y a exponer al máximo sus habilidades.


No es mi caso, de verdad que no lo es, he dicho en muchas ocasiones que soy un enemigo de la adrenalina, que mi opción siempre han sido las emociones sosegadas, los nervios tranquilos y mirar desde la baranda. Pero en determinados momentos de la vida, me he arriesgado a correr riesgos y lo he disfrutado.


Si, pude haber permanecido sentado en la entrada de aquella caverna o en la orilla de aquel barco, nada me obligaba, nada me forzaba. Pero de haberme quedado ahí, nunca habría disfrutado la experiencia de explorar la obscuridad de esa gruta, nunca habría disfrutado la experiencia de contemplar el fondo del mar y nunca habría disfrutado la experiencia de conocer mis alcances y las fronteras de mis destrezas, aunque sea solo por unos momentos. No atreverme por falta de seguridad, por no saber o por miedo hubiese sido verdaderamente frustrante y perjudicial para mí.


Es cierto, tuve miedo, sentí angustia y deseos inmensos de echarme para atrás y permitir que los demás avancen sin mí. Pero después de sopesar el peligro y medir las amenazas, pude sobreponerme y encontrar las fuerzas internas que me impulsaron a vivir y gozar de experiencias nuevas y desconocidas, que me llevaron paso a paso, brazada a brazada, a conseguir un auténtico triunfo que hoy ilumina las carteleras de mis cines personales y se publica a ocho columnas en mis periódicos imaginarios.


Sé que algunos dirán que no he hecho nada aún, que existen miles de montañas, mares, cavernas, selvas, desiertos y caminos por explorar, que hay cientos de retos y peligros por vencer. Es verdad, pero todas esas aventuras se las dejo a ellos y a los que vendrán. Yo me quedo con mis pequeñas (si así desean calificarlas) pero grandes victorias que hoy me hacen sonreír y mañana presumiré y exageraré ante mis nietos.


Pero esto último no representa el único beneficio de vencer los retos personales, hay una satisfacción profunda y auténtica, un sentimiento sereno de haber cumplido una misión, una tarea, un objetivo; una sensación extraña pero grata de saberse capaz de vivir y vencer un desafío que decidí tomar en un momento de mi vida, una alegría válida y cierta que llena una parte importante de mi universo interno. La dicha de haber vivido y disfrutado una experiencia que ya nadie me quita.


Debo reconocer y dejar en claro que no soy un loco de ocasión, no soy de los que saltan del avión y luego revisan el paracaídas, de los que retan al peligro con una venda en los ojos. No, nada de eso, en ambos casos fueron riesgos controlados, supervisados cuidadosamente, haciendo todo lo posible por minimizar los posibles daños (a mí persona y a los que venturosa y afortunadamente me acompañaron) vigilando cada paso, calculando cada momento y batallando siempre con el control de las emociones que por instantes se me desbordan y me amenazan.


Yo no sé cuando es el mejor momento para arriesgarse, no sé cómo prepararme para la próxima aventura, ni siquiera sé si habrá una nueva oportunidad de correr riesgos, pero sé que cuando el momento llegue me lanzaré con alegría y cautela, con optimismo y deseos enormes de alcanzar nuevas posibilidades y nuevas satisfacciones. Si fracaso al menos sabré que lo intenté y que di mi mejor esfuerzo, y entonces tendré una experiencia más, un conocimiento nuevo, sabré como no deben hacerse las cosas.



Correr riesgos controlados mantiene vivas a las personas, nos permite acumular recuerdos, sensaciones y satisfacciones. Correr riesgos controlados nos conduce a experimentar, probar, equivocarnos, aprender, vivir y sentirnos plenos y felices. Correr riesgos controlados nos convierte en protagonistas de nuestros propios recuerdos, de nuestra propia historia.

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