Publicado el 3 de diciembre de 2008
Ya los tiempos cambian, las noches se hacen frías y el ambiente se torna cálido, se percibe la proximidad de la navidad y la tradición indica que es momento de prepararnos. Pero no voy a referirme a comprar adornos, regalos o cena, sino a la disposición espiritual que se requiere para vivir en forma plena la navidad.
En esta época es muy característico pensar: ¿Cómo vamos a celebrar el día de Navidad? ¿Con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿Qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene ningún sentido si no consideramos las razones que le dan sentido a la navidad. Y no estoy diciendo que esté mal hacer fiestas y dar regalos, para nada, esas son manifestaciones culturales que representan la alegría de vivir esta temporada, pero insisto, no debemos perder de vista quién es el festejado y qué es lo que estamos celebrando.
Por un lado la navidad recuerda el nacimiento de Jesús de Nazaret, es decir, la encarnación del Mesías. Por otro lado, reaviva la esperanza de una llegada definitiva de Jesús a la tierra para dar a cada quién su recompensa según sus obras. Por estas razones, toda la celebración navideña gira en torno a Jesús, el de ayer, el de hoy y el que vendrá.
Esto significa que la navidad, necesariamente requiere de un tiempo de preparación espiritual y moral y la disposición para recibir y aceptar la llegada de Jesús; un tiempo de reflexión que nos debe llevar a reconsiderar nuestra forma de existir, las actitudes y la manera como nos estamos relacionando con las personas que forman nuestro entorno afectivo y social.
Y no se trata solamente de recapacitar atenta y cuidadosamente acerca de nuestro comportamiento, sino también de adquirir la voluntad de cambio en nuestras vidas. Un cambio que nos conduzca a una mejor realización personal, un desarrollo moral sostenido, reparar lo que estamos haciendo mal, estrechar nuestra relación con las personas y renovar el compromiso con Dios.
Esto significa que la preparación para la navidad no solo implica analizar lo que hemos sido, sino también hacer una proyección de lo que queremos ser en el futuro, diseñar un plan de vida que nos convierta en mejores seres humanos y nos acerque en forma permanente y definitiva a Dios.
En este sentido, necesitamos darnos cuenta que Dios siempre viene a nosotros, reconocer que solamente a través de Él podemos obtener la salvación. En la medida que comprendamos y aceptemos esta realidad, aumentará nuestra disposición a recibir a Dios y permitir que guie y norme nuestras acciones.
Prepararnos para recibir la navidad, es mucho más que arbolitos, focos, esferas y regalos, es el renacimiento de nuestros anhelos de felicidad y paz, la esperanza por una nueva llegada de Dios, la conversión y el compromiso que representa aceptar su presencia transformadora en nuestras vidas Es la época propicia para reconciliarnos con quienes debamos hacerlo, de enderezar los caminos y de disfrutar la alegre experiencia de Dios.
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