“Quiero ser un hombre libre”. Esa fue su declaración, esa fue su súplica, su agonía y su esperanza. En un principio no entendí. Seguí caminando, tratando de ignorar ese solitario grito. No pude, en mi mente seguía resonando.
Fue una tarde, el sol apenas terminaba de ocultarse, el malecón estaba solitario, acababa de llover y eso alejó a quienes a diario se ejercitan en ese lugar. A todos menos a mí y a una pareja que hablaba en uno de los parques. En un momento determinado, uno de ellos se dirigió a la baranda del malecón, se trepó en ella y de cara al horizonte gritó a todo pulmón: “Quiero ser un hombre libre”.
Es verdad, lo primero que pensé es que se trataba de un loco, uno de esos despistados que tratan de llamar la atención. El segundo pensamiento tiene que ver con el exceso en el consumo de enervantes y el abuso en las bebidas espirituosas. Lo miré más detenidamente, a él y a la persona que lo acompañaba. No, no están locos, no quieren llamar la atención de nadie ni usan cosas raras. ¿Entonces?
Evidentemente, la persona que gritó era un hombre libre. No tenía cadenas, no estaba atado. No estaba encerrado. Era tan libre que podía pararse en el malecón y gritar a los cuatro vientos. Nadie lo limitó, nada se lo impidió, no fue reprimido ni amonestado. Estaba haciendo uso de su libertad para proclamar su deseo de libertad. Eso me pareció paradójico en principio, absurdo después, profundo finalmente
¿Por qué un hombre libre no puede ser verdaderamente libre? ¿Qué se lo impide? ¿Dónde están las cadenas que yo no veía pero que indudablemente lo estaban sujetando? ¿Qué tan libres era? ¿Qué tan libres somos todos?
La libertad es uno de los dones más preciados por los hombres, no hay nada que se le compare, por ella muchos lucharon y murieron. Afortunadamente hoy, todos nacemos libres y podemos permanecer en ese estado. Desafortunadamente, a lo largo de nuestra vida, muchos podemos extraviar el rumbo, y junto con él, perder las condiciones que nos hacer ser libres.
En algunas ocasiones, resolvemos caminar por sendas obscuras de la vida, avanzamos a veces lentamente, por ratos muy aprisa, y cuando menos lo esperamos, estamos sumergidos en la cárcel de la drogadicción, el alcoholismo o de cualquier otro vicio. Ya no podemos decidir por nosotros mismos, algo más maneja nuestras decisiones, nuestros pensamientos, nuestra actuación.
Durante el lapso de nuestra existencia, solemos transitar por situaciones muy espinosas que van dejando huellas indelebles en el espacio de nuestras emociones. Muchas veces no somos capaces de superar esos trances y nos hacemos esclavos de los sentimientos negativos que se generan.
Fue una tarde, el sol apenas terminaba de ocultarse, el malecón estaba solitario, acababa de llover y eso alejó a quienes a diario se ejercitan en ese lugar. A todos menos a mí y a una pareja que hablaba en uno de los parques. En un momento determinado, uno de ellos se dirigió a la baranda del malecón, se trepó en ella y de cara al horizonte gritó a todo pulmón: “Quiero ser un hombre libre”.
Es verdad, lo primero que pensé es que se trataba de un loco, uno de esos despistados que tratan de llamar la atención. El segundo pensamiento tiene que ver con el exceso en el consumo de enervantes y el abuso en las bebidas espirituosas. Lo miré más detenidamente, a él y a la persona que lo acompañaba. No, no están locos, no quieren llamar la atención de nadie ni usan cosas raras. ¿Entonces?
Evidentemente, la persona que gritó era un hombre libre. No tenía cadenas, no estaba atado. No estaba encerrado. Era tan libre que podía pararse en el malecón y gritar a los cuatro vientos. Nadie lo limitó, nada se lo impidió, no fue reprimido ni amonestado. Estaba haciendo uso de su libertad para proclamar su deseo de libertad. Eso me pareció paradójico en principio, absurdo después, profundo finalmente
¿Por qué un hombre libre no puede ser verdaderamente libre? ¿Qué se lo impide? ¿Dónde están las cadenas que yo no veía pero que indudablemente lo estaban sujetando? ¿Qué tan libres era? ¿Qué tan libres somos todos?
La libertad es uno de los dones más preciados por los hombres, no hay nada que se le compare, por ella muchos lucharon y murieron. Afortunadamente hoy, todos nacemos libres y podemos permanecer en ese estado. Desafortunadamente, a lo largo de nuestra vida, muchos podemos extraviar el rumbo, y junto con él, perder las condiciones que nos hacer ser libres.
En algunas ocasiones, resolvemos caminar por sendas obscuras de la vida, avanzamos a veces lentamente, por ratos muy aprisa, y cuando menos lo esperamos, estamos sumergidos en la cárcel de la drogadicción, el alcoholismo o de cualquier otro vicio. Ya no podemos decidir por nosotros mismos, algo más maneja nuestras decisiones, nuestros pensamientos, nuestra actuación.
Durante el lapso de nuestra existencia, solemos transitar por situaciones muy espinosas que van dejando huellas indelebles en el espacio de nuestras emociones. Muchas veces no somos capaces de superar esos trances y nos hacemos esclavos de los sentimientos negativos que se generan.
Nos atrapa el dolor, tristeza, angustia, depresión, resentimientos, insatisfacciones, rencores, odios, pasiones insanas y otras impresiones que nos mantienen cautivos y no impiden tener bienestar en nuestras vidas.
Reconocer nuestra condición de dependencia, darnos cuenta que estamos atrapados en situaciones esclavizantes, que le hemos puestos rejas invisibles pero determinantes a nuestras vidas, es el primer paso para escapar de esa prisión intangible.
Manifestar nuestra voluntad y empeño por ser libres, se establece como el reto inspirador que debe motivarnos a abandonar formas de vida que imposibilitan nuestra capacidad de ser felices y hacer felices a las personas que amamos.
Gritar desenfadadamente al mundo nuestra necesidad irremediable, nuestro anhelo apremiante de libertad, representa el compromiso auténtico de producir un cambio radical en nuestras vidas, una transformación completa en nuestras formas de pensar, sentir y actuar que nos conduzca a nuevos y más grandes horizontes de realización humana.
Reconocer nuestra condición de dependencia, darnos cuenta que estamos atrapados en situaciones esclavizantes, que le hemos puestos rejas invisibles pero determinantes a nuestras vidas, es el primer paso para escapar de esa prisión intangible.
Manifestar nuestra voluntad y empeño por ser libres, se establece como el reto inspirador que debe motivarnos a abandonar formas de vida que imposibilitan nuestra capacidad de ser felices y hacer felices a las personas que amamos.
Gritar desenfadadamente al mundo nuestra necesidad irremediable, nuestro anhelo apremiante de libertad, representa el compromiso auténtico de producir un cambio radical en nuestras vidas, una transformación completa en nuestras formas de pensar, sentir y actuar que nos conduzca a nuevos y más grandes horizontes de realización humana.
Hoy, quiero acompañar mi voz a ese grito liberador, a ese alarido cargado de esperanzas, sueños y deseos; a esa voluntad indomable de explorar plenamente la libertad, de ejercerla jubilosamente y disfrutarla en plenitud. Hoy, yo también proclamo al mundo: ¡Quiero ser un hombre libre!
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