domingo, 31 de mayo de 2009

9. El placer de escribir cartas

Publicado el 16 de noviembre de 2008
A Geor

Yo soy de aquellos que disfrutan el placer de escribir cartas, yo soy de los que se alegran al recibirlas y se deleitan al leerlas. Siempre han existido cartas en mi vida, cada etapa ha estado matizada por sentimientos y deseos expresados en una carta. Es cierto, últimamente uso más el correo electrónico, pero el gusto de escribir a mano y de plasmar las ideas en papel siempre sobrevivirá en mí..

En estos tiempos, en que podemos llevar la tecnología de última generación en la palma de la mano, escribir cartas puede ser considerada una actividad añeja. La tecnología nos alcanzó y en muchos casos nos rebasó. El correo electrónico tiene un carácter de inmediatez que no deja de sorprendernos, aún a los que lo usamos diariamente.

Aún así, yo soy de los que todavía escriben cartas, de los que disfrutan el arte de comunicarse a puño y letra. En cuestión de cartas he sido muy productivo, en mi juventud tuve amigos por correspondencia, en el renglón de cartas de amor fui pródigo y extenso, y finalmente, gracias al correo tradicional he podido establecer vínculos que se extienden hasta los Buenos Aires y que se materializan como una amistad larga, compartida, valiosa, cercana, cálida y afectuosa.

Cuando escribo una carta disfruto paso a paso todo el proceso, desde crear el escenario propicio, preparar el café, elegir la música y las hojas, hasta escoger la pluma que utilizaré para escribir. Para mí el momento justo son las últimas horas de la noche y las primeras de la madrugada, le doy un sorbo al café y el viaje comienza.

En mi mente siempre está el destinatario de mi carta, pienso que está sentado frente a mí y me acompaña con su taza de café. Imagino que en vez de comenzar a escribir voy a iniciar una plática. Al principio la escritura es lenta y suave, poco a poco se hace más rápida e intensa, hasta que llega el momento en que la redacción se vuelve tan natural como la plática misma; escribo como hablo, con taches, formas y vueltas, peligrosamente con los mismos vicios y malas palabras, pero eso no importa mucho, porque mi destinatario me conoce y me entiende.

En mis cartas no hay planeación del escrito, no hay estructura. Escribo libre, en el orden en que fluyen las ideas, como se vayan presentando las imágenes que quiero describir; entonces las hojas se van llenando de narraciones y anécdotas, de relatos y cuentos, de ocurrencias, bromas, chistes y hasta de peladeces o cosas sin sentido. Entonces, sin darme cuenta, voy dejando en el papel retazos de mi propia vida, fragmentos de mi historia, de lo que fui, de lo que soy y de lo que quiero ser.

Yo creo que escribir cartas es una forma de comunicación muy personal, muy íntima y profunda, quizás porque el sobre y las hojas han estado en las manos de quien escribe y de quien lee o porque podemos conocer las particulares formas con que dibujamos cada letra. Tal vez por los detalles que acompañan a la carta o por las razones que sean, no importa, lo cierto es que una carta me genera una cantidad enorme de emociones y sensaciones que no encuentro en un mensaje de correo electrónico.

Por eso las cartas que recibo las guardo en un espacio particular (en donde se guardan las cosas cercanas a los afectos) y por eso los correos electrónicos, después de algún tiempo, se van a la papelera de reciclaje.
Estoy completamente convencido de que los correos electrónicos transmiten palabras pero las cartas están llenas de vida, entran a tu casa, ocupan un espacio visible y tangible, por eso son atesoradas y conservadas en el tiempo, por eso nos alegra enviarlas y nos entusiasma recibirlas. Por todo eso es que nunca dejaré de escribir cartas, por el simple gusto de escribir a mano.

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