miércoles, 1 de junio de 2011

50. Huele a Campeche

Publicado el 1 de junio de 2011
 
 
Hoy huele a Campeche; casi sin tomarse en cuenta, el comentario se deslizó muy suavemente por la electrónica red hasta que finalmente cayó en el fondo de mi desprevenido ánimo. Te miré con extrañeza en la pantalla de mi ordenador y la pregunta surgió espontanea: ¿A qué huele Campeche?  
En un instante, los recuerdos cálidos, las vivencias alegres, las juveniles ilusiones y las inquietas melancolías se matizaron de familiares olores que se precipitaron desde los rincones más luminosos de nuestras vidas cotidianas y llenaron de colores y aromas nuestra cibernética charla.
Campeche tiene los perfumes de un mar que se aletarga en sus orillas, ese aroma suave y tenue que se prende en la ropa, se enreda en el pelo y abrazado al cuerpo penetra hasta los linderos del espíritu para no desprenderse jamás de él. Campeche huele a olas que murmuran, arrullan y cantan;  a brisa, a tarde, a sol y a sal.
Es cierto, la ciudad huele a mar; pero también a tardes de lluvia (ese olor tan dócil de la tierra humedecida) a yerba recién cortada, a frutas maduras (si, a mangos, naranjas, grosellas, tamarindo, ciruelas y guayabas) y también a flamboyanes, buganvilias, limoneros y tulipanes; y a palmeras, manglares y cocoteros.
¿Y más allá de todo eso? ¿Y si nos internamos aún más en los olores del recuerdo y en los recuerdos de los olores? Entonces, lo descubrimos: Campeche huele a las esencias de la infancia: pan dulce, galletas y bizcochos, chocolate batido (el batidor de madera tiene su propio aroma) agua de Colonia y al jabón Maja de la abuela.
Huele a aquellas tardes de jugar despreocupados en las calles cercanas a casa, al cuero de las mochilas nuevas y al homenaje en el patio de la escuela. A los días de playa, a risas y bromas; a dejar correr las horas despreocupadamente, a sosiego e infantil desenfado.

Y en un descuido, también se precipitaron los aromas suaves de los dulces y antojos de la niñez: pepitas y cacahuates, buñuelos con miel, torrejas, dulce de pan, de calabaza y papaya; cocoyoles, suspiros y frailes, dulce de coco y saladitos de tamarindo, charritos con cebolla y chile jalapeño; tantos y tantos aromas enlazados a tantas y tantas remembranzas.
¿Recuerdas cuando salíamos de la escuela López Mateos y caminábamos de regreso a casa por la calle12? En esos días de principios de los años setenta, era posible adivinar lo que iban a comer en cada casa por la que pasábamos.
Pescado frito con frijoles de olla, bistec con arroz blanco y plátano frito, frijol con puerco, pollo con verduras, pan de cazón y muchos otros aromas deliciosos que inundaban y matizaban el camino de regreso a casa. Si, Campeche también huele a la comida del hogar.
Pero además, los tiempos en Campeche también tienen sus propios olores. Cuando se acerca el mes de abril el ambiente tiene aroma de Semana Santa (no sé cuál es ese olor, pero de verdad que huele a Semana Santa). ¿Y el día de muertos? ¡Entonces la ciudad entera huele a pibipollos! Y no es de sorprenderse cuando escuchamos a alguien decir: ya huele a navidad.
Yo creo que la ciudad tiene un cierto aroma a nostalgia, a recuerdos y leyendas; Es verdad, pero también se respiran los atardeceres y las noches cálidas iluminadas por la luna inmensa; se respiran romances, susurros y promesas atadas a ensueños.
Se percibe el olor de las emociones que se encuentran y coinciden, se recuerda la dulce fragancia de los amores primeros, de los besos escondidos y las inquietudes que sorprendidas despiertan y se confirman cuajadas de dulces juramentos.
La ciudad atesora el grato y cálido aroma del hogar y las tradiciones familiares; huele a mis hijos, a mi madre y a mis hermanos; huele también a los amigos (los de ayer y los de hoy) a la comodidad de sentirse en el hogar, a encuentros afectuosos, a seguridad, refugio, armonía y descanso.
La ciudad transpira fragancias que se quedan impregnadas en la parte más sensible del alma de sus habitantes; la ciudad está llena de olores gratos y familiares, de aromas conocidos y reconocidos, de esencias que evocan ayeres y recuerdan emociones.

Pero además, yo tengo atrapado el olor a Campeche, tengo los pensamientos y las emociones empapadas de ese tan particular y campechano perfume, su bálsamo inunda mis palabras y mi espíritu y se acuna desenfadado en mis letras. Quiero conservar esa esencia, regocijarme en ella, así me siento bien. ¿Y tú? Sí, yo también.

domingo, 3 de abril de 2011

49. Una visita a Frida

Publicado el 1 de abril de 2011

Espero alegre la salida y espero no volver jamás

Frida
 

Entrar a la que fuera casa de la famosa pintora mexicana Frida Kahlo representó un impacto en más de un sentido; por un lado es encontrarse de frente con una parte importante de la historia y la cultura nacional. En otro sentido, el desconsuelo de hallarse con una casa evidentemente modificada en su estructura original y con muy pocos elementos que permitieran atisbar la personalidad impactante de Frida.

La llamada Casa Azul, el lugar donde nació, vivió y murió Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, ubicada en la esquina de las calles Londres y Allende en Coyoacán, luce una fachada austera, lisa, llana; solo llama la atención la enorme puerta de madera que tantas veces debió ver pasar a la pintora. Yo pensaba que entrar en la casa sería como trasladarme al México de los años cuarenta y al mismo tiempo, entrar en la magia y la irreverencia de Diego y Frida.

No fue del todo así. De principio se entra en un pequeño zaguán al cual se le instaló un torniquete de acceso y, para hacer mucho más profano el lugar, se perforó la pared derecha para habilitar una taquilla y un depósito de bolsas y mochilas.

A partir de ahí, se da acceso a una serie de pequeñas habitaciones, la primera luce una enorme chimenea de estilo prehispánico diseñada por Diego Rivera, al parecer es lo único que queda de lo que debió ser la sala principal de la casa. Las pequeñas proporciones del lugar hacen fácilmente adivinar las modificaciones

El resto de las habitaciones (con los enormes ventanales clausurados) sirven para exponer bocetos y obras inconclusas de la pintora; llaman la atención un cuadro que muestra el árbol genealógico de Frida al que solo le faltó pintar el rostro de unos niños; asimismo, el famoso teatro de títeres diseñado por la propia Frida. Hay cuadros que son solo rayones, trazos alrededor de algún dibujo (como el que intentó ser un paisaje de Nueva York).

Una vez terminada las impersonales salitas se llega a lo que queda de original de la casa del matrimonio Rivera Kahlo; me asombró ver tantos desniveles y escaleras en la casa de una mujer casi lisiada, pero entiendo que se diseñó y construyó mucho antes del accidente de Frida.

En un primer nivel se tiene acceso a un pasillo que por un lado da a la cocina y por otro al comedor. La cocina conserva una enorme hornilla, de las que ya no se usaban en la época en que Frida vivía pero que eran de su personal gusto. El resto de la cocina está acondicionado con un mobiliario demasiado austero aunque muy colorido con predominio del amarillo.

El comedor está decorado en el mismo estilo que la cocina; salvo por un sillón raido, no me parece sean el mobiliario con el que la pareja recibía a personalidades de la talla de los muralistas David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, el poeta Pablo Neruda y político León Trotsky entre otros grandes personajes de la política, las artes y las ciencias de aquella época. 

Por cierto, el comedor conecta directamente a una pequeña habitación en la que precisamente se hospedó Trotsky durante su exilio en la Ciudad de México. La recámara es pequeña, luce almohadones bordados muy al estilo de Frida, sillones de descanso, mesa de medianoche, ropero y una cómoda.

Regresando al pasillo, se puede descender a una pequeña sala (hoy sería una confortable, cálida y acogedora salita para ver televisión) que seguramente era utilizada como un bar o para una amena plática con dos o tres amigos.

De ahí, nuevamente escaleras para llegar al estudio de Frida, este lugar representa la parte más rica que se conserva de la Casa Azul. En el estudio, se pueden observar toda clase de pinceles y recipientes de pintura, el caballete de Frida (regalo del magnate estadounidense Nelson Rockefeller) la paleta los estuches y las mesas de dibujo entre otros objetos propios de un artista.

El lugar tiene un enorme ventanal que da directamente a los muy amplios y cuidados jardines de la Casa Azul; es un lugar lleno de luz, cómodo, fresco, ventilado, dan ganas de quedarse en ese lugar. Es muy fácil imaginarse a Frida o a Diego permaneciendo por horas dedicados a su labor creativa en ese lugar.

El estudio continua con sillones de descanso de Frida, silla de ruedas y muletas, los corsés decorados por la propia Frida y uno de sus famosos vestidos oaxaqueños. El mobiliario lo complementa un enorme mueble atestado de los libros de Diego Rivera y un enorme y descolorido espejo (cuantas veces debió mirarse Frida en él) y algunos cuadros de paisajes mexicanos.

 Al final del estudio, se ubica una especie de vitrina llena de cosas, de esas cosas de las cuales se van llenando nuestras casas y nuestras vidas: pinceles viejos, pequeñas artesanías, baratijas, una miniatura de una caja de Coca Cola, cajas de medicamentos, frascos de perfume y muchas cosas más en el perfecto, cotidiano y hogareño desacomodo en que seguramente Frida lo tenía.

El estudio da a un pequeño pasillo en el que se acondicionó un sitio de descanso para Frida, ahí está la famosa cama en que fue traslada a la única exposición de sus obras que tuviera en vida en la Ciudad de México, poco antes de su muerte en julio de 1954.

La cama tiene cuatro columnas en sus extremos y en lo alto una madera hace las veces de techo y de soporte de un espejo (colocado en ese lugar por la mamá de Frida para que pudiera mirarse durante los largos meses de convalecencia después de su accidente). Sobre la cama, los tradicionales almohadones bordados y los clásicos rebozos le dan marco y realce a la máscara mortuoria de Frida Kahlo.

Inmediatamente después del pasillo de descanso, se exhibe (en lo que debe ser otra modificación a la casa) la recámara personal de la pintora: una cama un poco más grande, más muletas y corsés decorados, un banquillo dedicado a la niña Fridita fechado en 1910, muchas fotos, otra enorme vitrina llena de juguetes y adornos.

La recámara no tiene ventanas, se siente un tanto húmeda y hasta fría. No hay un baño cercano, no hay rasgos, no hay magia, no hay energía. Tal vez porque esa habitación no fue verdaderamente la recámara de Frida (¿Para qué tener la cama de descanso junto a la habitación principal?) tal vez porque la casa desde 1957 es un museo y ha perdido la esencia y la calidez humana.

Eso es todo de la casa, desde el pasillo se desciende a los jardines, de ahí siguen espacios acondicionados como baños públicos, tienda de recuerdos, cafetería, sala de exhibición de piezas prehispánicas y acceso a salas temáticas que en realidad están en el domicilio adjunto.

Salí de la casa con una emoción extraña, con un sentimiento de pesadez, desgano y desilusión. Esperaba encontrarme con el espíritu de Frida, acechar los misterios de su mente atormentada, deseaba enamorarme de una vez y para siempre de la eterna Frida.

No pude hacerlo, se evaporaron las ánimas de los que alguna vez habitaron la Casa Azul de Coyoacán, junto con ellas, se fueron también los secretos, se fue el encanto. Frida queda en el recuerdo y en sus obras, no en esa casa, no en esos vacios muros azules, Frida se fue de ellos y no volverá jamás.

miércoles, 16 de marzo de 2011

48. Recobrando la confianza

Publicado el 16 de marzo de 2011


Una respuesta para Laura
 
¿Cómo puedo seguir confiando en las personas?  Esa fue tu pregunta final; mi respuesta quedó en agónica y desesperante espera. No es una pregunta fácil, no existen fórmulas ni procedimientos específicos para reconciliarnos con uno de los más importantes valores que prevalecen en las relaciones humanas: la confianza.

Por ello he tardado todo este tiempo en contestar y porque además no tengo una respuesta precisa, exacta y correcta para esa pregunta (creo que nadie puede tenerla). Sin embargo, a través de estas líneas, aventuro un particular punto de vista; solo espero que la ligereza que pueda tener mi opinión pueda servirte en algo.

Sé que el año pasado fue muy penoso para ti, perder irremediablemente a seres queridos es duro, pero es mucho más difícil y triste cuando el drama familiar implica enfrentarse con la indolencia y la crueldad de la raza humana.

Comprendo que la suma de tantas desgracias esté generando sentimientos de rechazo y recelo y que todo eso te aleje de algunos valores básicos en las relaciones humanas. No obstante, es preciso que recuperes la fe y la confianza en las personas, que sin desfallecer y con todas tus fuerzas, busques y encuentres los caminos que te acerquen y reconcilien con la naturaleza humana.

Creer y confiar en los demás no es tarea fácil (especialmente si nos hemos sentido tan lastimados y heridos) pero es una necesidad individual y un reto personal, porque no podemos, ni es socialmente sano, aislarnos del mundo y recluirnos en nuestro claustro personal, mental y emocional. Debemos seguir viviendo y la gente forma parte de nuestro entorno.

Reconozco que existen muchas personas con intenciones dobles y solapadas, también hay quienes simulan amor y afectividad cuando sus fines son engañar, traicionar y destruir los más nobles sentimientos, desgraciadamente hay quienes llevan más allá su nivel de maldad; pero eso no debe cegarnos ante la bondad que persiste en el mundo.

Yo tengo la certeza y la firme creencia de que la mayoría de las personas son naturalmente buenas y dignas de confianza; también entiendo que en ocasiones es preciso ser cauto y asentar nuestra creencia en hechos que respalden la confiabilidad y la certidumbre en la buena voluntad.

La verdadera habilidad del ser humano estriba en distinguir la diferencia entre los que merecen nuestra confianza y aquellas personas de las que es preferible alejarse. En este sentido creo que debemos aproximarnos a quienes cuentan con una formación espiritual sólida y con valores claros, fuertes, definidos y principalmente, probados en la práctica.

Conviene estar cerca de las personas a quienes conocemos y reconocemos por sus obras más que por sus palabras, a las que cuentan con un historial de responsabilidad y apego a costumbres socialmente aceptadas y a las que han demostrado madurez, mesura y éxito en sus relaciones interpersonales

Previo a entrar en el proceso de recuperar la confianza, considero que debes reflexionar en las bondades del perdón, me refiero precisamente a los beneficios personales que obtendrás al dispensar las faltas. Suelta el daño y el rencor, no permitas que aquello que perjudicó el bienestar de tu familia te siga lastimando. Perdonar facilita el cierre de heridas y te reconcilia con el mundo.

Finalmente, los que se fueron ya están en paz, los que lo provocaron pagarán sus culpas, sea por la justicia humana o por la mano de Dios. En medio de todo eso estás tú y la que importa eres tú y la cantidad de confianza que tengas en ti misma. Recuerda que lo valioso en las personas radica más en lo que puede dar que en lo que espera recibir.

Sigue luchando amiga, reconcíliate contigo y con las personas; mantente íntegra, plena y perseverante ante los giros de la vida y el destino. Recupera tu fuerza interior y encuentra en ella la capacidad para tornar lo adverso a tu favor. Cree, ama, confía, lucha siempre por ser feliz y, sin descanso, busca a Dios, Él tiene las respuestas. Muchos saludos y mucha suerte en tu vida.  

domingo, 6 de marzo de 2011

47. Apuntes desde la Ciudad de México

Publicado el 25 de febrero de 2011


¿Por qué se ha de temer a los cambios?
Toda la vida es un cambio.
H.G. Wells

Mientras el camino avanzaba, atrás iba quedando Campeche, mi casa, mis afectos y mi particular forma de vivir; los lazos familiares me detienen pero el camino me llama, me atrae. La gran ciudad de México, sus grandes avenidas y sus zonas sombrías no reparan en mi llegada; nada cambia en ella, todo cambia para mí.

Yo nací en la ciudad de Campeche y siempre (salvo algunos años infantiles) había vivido en esa ciudad. Toda mi vida he estado cobijado y arropado por una enorme y afectuosa familia sanromanera; El mar siempre fue un marco esplendido para los sucesos que, para bien o para mal, marcaron mi existencia.

Mi historia está en Campeche; mis hijos, mis padres y las personas que amo están en Campeche. Mi casa, mi hogar y mi refugio también están en Campeche. Allá viven la mayoría de los amigos que elegí y con quienes he compartido las altas y bajas de la vida.

En Campeche está una particular y apacible forma de vida que me caracteriza y califica, allá está mi descanso y mi sueño, el amor y el desamor, la paz y la inquietud, los sueños rotos y las cálidas promesas. Todo está en Campeche. Pero entonces ¿Qué anhelos persigo en la enorme ciudad de México?

No fue un impulso lo que me hizo aceptar una promoción dentro del Instituto Mexicano del Seguro Social; no fue una ocurrencia, ni una idea fugaz. Tampoco fue un acto heroico o un sacrificio supremo dejar la quietud de Campeche para ir a enfrentarse a la vorágine que prevalece en la capital del país. Fue algo más interno, más íntimo.

Fue el deseo de cambiar, de modificar los escenarios que ya no llenaban mis expectativas y necesidades personales; fueron las ganas enormes de explorar mis alcances, de conocer y reconocer mis aptitudes y capacidades, de abrirme espacios en entornos diferentes, de encontrar y generar nuevas posibilidades de realización laboral y profesional.

En medio de todos esos deseos crecientes, y ante la amenaza de permanecer en la inamovilidad frustrante y aplastante, la vida y el camino me han conducido hasta esta ciudad lejana y ajena, árida y fría, colmada de gente y paradójicamente, solitaria, vacía e impersonal.

Pero esta fue mi elección, es este el camino que decidí caminar, es la nueva forma de vida que resolví vivir, son los espacios que escogí para culminar mis impulsos y aspiraciones laborales, son los sueños que un día quise soñar y vivir y disfrutar; es la tierra que debo descubrir, conquistar y hacer mía durante el tiempo que permanezca aquí.

¿Qué harías si no tuvieras miedo? Esa ha sido desde hace muchos años la pregunta que revolotea incansable por mi cerebro. Hoy me he liberado del miedo que paraliza, del sentimiento negativo que busca la permanencia en los espacios cómodos y agradables. Hoy he tenido el deseo creciente de modificar y revolucionar mis estándares de vida y creo que lo estoy consiguiendo. ¿Qué harías si no tuvieras miedo? Hoy yo ya tengo la respuesta, mi respuesta.

viernes, 21 de enero de 2011

46. Valores en práctica

Publicado el 21 de enero de 2011
La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no

reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho.
Cicerón

“Mira, es el señor del celular, vamos a devolvérselo” y sin mayores explicaciones me entregaron mi olvidado teléfono y me regalaron un magnífico, claro y contundente ejemplo de la calidad humana que aún persiste en nuestra comunidad. Dado que la perplejidad me robó los agradecimientos, no puedo más que dedicar estos Apuntes a quienes de manera cotidiana llevan a la práctica uno de los valores más apreciados y ensalzados por la sociedad: la honradez.

Después de comer en un pequeño restaurante de comida rápida y sin tener mayores compromisos para el resto de la tarde, decidí entrar al cine. Ya estando debidamente acomodado en mi butaca y antes de que inicie la proyección, reparé en el hecho de que no llevaba conmigo mi teléfono. Supuse que lo había dejado olvidado en el coche o en la oficina, lo cual sucede muy frecuentemente.

La ausencia del teléfono no me preocupó (no lo uso dentro del cine) sin embargo decidí salir a buscarlo; ya en la calle me cruce con una pareja de jóvenes, un muchacho y una señorita, quienes al verme dijeron: “¡Mira, es el señor del restaurante, vamos a devolverle su celular!”.

Uniendo las palabras a la acción extrajeron mi teléfono de un bolso y me lo entregaron sin más ni más. Con la misma continuaron su camino dejándome completamente sorprendido y sin siquiera una palabra para agradecer ese gesto inolvidable de honradez y generosidad ejemplar.

Y cuando escribo que me quedé sin palabras, no lo hago utilizando el sentido figurado, es textual, completamente real. No pude hablar de la impresión, ni siquiera para decir gracias, mucho menos para preguntarles sus nombres y saber si necesitaban algo de mí. Nada, no dije nada.

Por eso, siempre los pongo a ellos de ejemplo cuando hablo acerca de los valores y del ejercicio general de principios y normas de urbanidad y civilidad. Nadie, más que su conciencia, les iba a reclamar el no devolver el teléfono (yo ni siquiera sabía que lo había dejado en el restaurante y no recuerdo haberlos visto a ellos en ese lugar) pero eso para esos jóvenes, era demasiado; por eso el soberbio ejemplo de total sinceridad, propiedad al obrar, transparencia y calidad humana demostrado ese día.

Es cierto, persisten numerosas personas que encuentran objetos de valor y los devuelven de manera inmediata; existen muchos que de manera callada y anónima ofrecen diariamente formidables ejemplos de rectitud y honorabilidad. Pero considero que siempre será necesario y fundamental remarcar las prácticas que nos reconcilian con la sociedad y nos devuelven la credibilidad en los seres humanos.

Cuando hablamos de valores, muchas veces perdemos demasiado tiempo intentando determinar sus conceptos, sus fundamentaciones y sus orígenes morales y éticos, cuando lo realmente importante, lo concreto y por encima de todas las cosas, lo pedagógico, es atender a la manera en que esos valores se traducen en la práctica habitual y cotidiana.

Podemos recalcar diariamente que por honradez nos referimos a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra justa, recta e íntegra, tanto en su obrar como en su manera de pensar. Podríamos señalar que una persona honrada es aquella que actúa con rectitud de ánimo y respeto a las normas que se consideran como correctas y adecuadas, pero muy pronto se olvidarán los conceptos y definiciones.

Lo que persiste en la mente son los ejemplos, por eso debemos de manera continua exaltar la conducta de aquellas personas que anteponen a sus necesidades manifiestas, su actuación en apego a lo que es justo y honesto; por eso debemos aclamar a aquellos que evitan el camino cómodo y fácil (incluso redituable) y buscan con sus acciones el bien común, porque es eso lo que finalmente trascenderá en la colectividad y, de alguna forma o de otra, deberá paulatinamente ir transformando la conciencia pública.

Finalmente, desde este espacio y después de transcurridos algunos años, les doy las gracias a esos jóvenes, no por devolver el teléfono (eso fue lo menos importante) sino por darme el brillante ejemplo de cómo poner en práctica los valores, por ser dechado de congruencia con las normas de conducta adquiridas; por su actuación que ahora me sirve de modelo de solidaridad ciudadana, por el respeto demostrado a las propiedades ajenas y por romper el paradigma de la deshonestidad colectiva y el cinismo social. Muchas gracias jóvenes. La vida les dará un justo reconocimiento, estoy seguro.

viernes, 7 de enero de 2011

45. Un año nuevo

Publicado el 6 de enero de 2011

A María José


El inicio de año representa para la mayoría de las personas el principio de una etapa nueva cargada de energía y deseos de cambio, mismos que, en muchas ocasiones, se extravían en las primeras semanas de enero. Necesitamos ser constantes y perseverantes en nuestras pretensiones para poder aspirar al cumplimiento de nuestras metas y más caros anhelos. De otra forma, el principio del año no significará nada más que eso, sin tener ninguna trascendencia para nuestras vidas.

Si somos realmente sinceros, claros y objetivos podremos darnos cuenta de que en realidad un año nuevo no cambia nada; las cosas siguen en el lugar exacto en que las colocamos un día antes, cuando aún estábamos en el año viejo. El clima continua con sus ligeras variaciones y nosotros seguimos siendo las mismas personas que hemos sido siempre, ni un poco más ni mucho menos.

Entonces, ¿Por qué es tan importante para todos el año nuevo? ¿Por qué nos emociona, entusiasma y alegra? ¿Por qué lo celebramos con tanto júbilo y dedicación? Creo que las respuestas a estas preguntas se pueden encontrar en los simbolismos que forman parte de nuestra identidad cultural.

Pero más allá de nuestra herencia social y religiosa, están nuestras más arraigadas creencias que nos hacen suponer que la vida transcurre en torno a ciclos definidos, en etapas que cada determinado tiempo se cierran para dar inicio a períodos nuevos.

Esta creencia hace que pongamos a girar nuestra existencia en torno a esos periodos de vida, los cuales a su vez, generan el convencimiento y la certidumbre de que siempre contaremos con ocasiones nuevas de crecimiento y superación, de perdón y redención, de amar y reconquistar, de creer y esperar.

En nuestro imaginario, el inicio de año nos hace creer que estamos en el principio de uno de esos ciclos de vida. En los umbrales de un renacimiento de todas las cosas buenas que esperamos, deseamos y necesitamos en nuestras vidas; es la etapa de reavivar las esperanzas y reconciliarnos con la vida, de creer que las cosas van a cambiar y serán mejores para nosotros.

Pero ¿Es negativo tener esta suposición? Yo creo que no, la inauguración de un nuevo año, nos hace sentirnos como si fuéramos personas nuevas, nos recargamos de energía brillante y positiva, nos llenamos de nuevos propósitos y nos preparamos para alcanzar mayores niveles de bienestar personal, espiritual, familiar, social y económico.

Todo esto es definitivamente bueno para cualquier persona, porque nos sentimos alegres y confiados en el porvenir, animados y con relucientes motivaciones y deseos de hacer bien las cosas; queremos corregir lo que hemos hecho mal, enmendar acciones, componer relaciones, aclarar intensiones; queremos ser personas nuevas y mejores.

El problema es que muy pronto se nos acaba la ilusión del año nuevo, guardamos en un polvoso cajón nuestros propósitos y regresamos a nuestra vida de siempre, a la cruda y a veces triste y gris realidad de nuestra existencia, a ese caminar pesaroso y cansado, a la aflicción de todos los días.

Algo nos hace suponer que esta realidad está por encima de nosotros y permitimos que nos limite y atrape, que nos imposibilite crecer y alcanzar nuestras aspiraciones. ¿Qué podemos hacer? Nada, solo esperar a que termine el año para entonces sí, iniciar una era nueva en la cual sí nos podría ir bien.

Así, sin darnos cuenta, nos vemos sumergidos en una espiral anual de encanto y desencanto; entonces las preguntas surgen naturales y espontáneas: ¿Cómo puedo romper este círculo nocivo? ¿Cómo puedo cambiar esa realidad que me encarcela y entristece?

Las respuestas las podemos encontrar dentro de nosotros mismos, cada uno sabe cuáles son las pautas de comportamiento que nos permitirán aspirar a una realidad nueva. Cada persona sabe perfectamente cuáles son los pensamientos, los sentimientos y las acciones que necesitan ser modificados.

Entonces lo que hace falta es tener el coraje para cambiar nuestras creencias, actitudes y comportamientos, la tenacidad para mantenernos constantes en el cambio y la disciplina que nos impida recaer en conductas destructivas; necesitamos ser perseverantes para alejar el desánimo y la fatiga mental y emocional, para dejar atrás el conformismo, la apatía y la indolencia que tanto daño le han hecho a nuestras vidas y comencemos a edificar al ser humano reluciente que todos llevamos dentro.

Es importante recordar que si nosotros cambiamos, todo cambiará; si nosotros no cambiamos, nada cambiará; si no modificamos nuestras maneras de ser y actuar, si no hacemos las cosas de forma distinta, si no pensamos ni tenemos actitudes diferentes, entonces todo seguirá igual y por tanto los resultados de nuestras acciones seguirán siendo siempre las mismas.

Creer que el primer día de enero iniciamos una etapa nueva es bueno siempre que estemos convencidos de que podemos ser personas diferentes, que podemos adoptar una mentalidad y un comportamiento distinto que nos proyecte a construir esas realidades que tanto anhelamos, que facilite el bienestar tan deseado para nuestras familias, que favorezca la estabilidad emocional y financiera tan necesaria para todos y que nos impulse a alcanzar los niveles de felicidad que siempre hemos soñado.

En el inicio de este año, mi deseo es que seamos perseverantes en nuestros propósitos, que nos volvamos constantes en nuestra lucha por alcanzar nuestros ideales, que seamos disciplinados y tenaces en la conquista de nuevos éxitos y que tengamos la inspiración y la fuerza suficiente para crear los escenarios reales, auténticos y verdaderos en los cuales se apoyarán los elementos que nos permitirán estar bien y hacer felices a las personas que amamos. Feliz y dichoso año para todos.