lunes, 14 de mayo de 2012

53. De tiempos y modas

Publicado el 14 de mayo de 2012

“Los muchachos de hoy ya no son los mismos de antes, ya ni siquiera desean usar sombreros” exclamo aquel elegante caballero al tiempo que manoteaba al viento su oloroso habano.
“Los tiempos buenos se han ido, hoy las cosas están tan mal que ya nadie sabe ni siquiera vestir, antes todo era fineza y garbo, que lástima que todo cambió” añadió. Con extrañeza lo miré y casi sin querer, algunas imágenes e ideas se apilaron en mi mente. 
Fue hace apenas unos días, en uno de esos domingos que se estiran implacables y parecen no tener fin, caminaba despacio por el llamado Jardín del Arte en la ciudad de México; ese enorme parque entre las calles de Sullivan y Villalongín que desde hace más de 50 años alberga, cada domingo, la multicolor galería urbana de obras de arte salidas de los más variados estilos y pinceles.

Fue entonces que escuché la gruesa y clara voz de aquel hombre entrado en años que reprendía severamente a un grupo de jóvenes. Inicialmente pensé que era uno de aquellos personajes que tras perder muchas batallas se enfrascan con la vida en cualquier esquina. Pero él no era de esos.

Vestía impecable un traje gris, de aquellos que incluyen chaleco y corbata de moño, reposaba ufano en un sillón de madera a la sombra de un álamo; en la mano izquierda un puro y sobre sus piernas elegantemente cruzadas, un sombrero de lana (de esos que solo se adquieren en los establecimientos de los antiguos portales de mercaderes junto al Zócalo).

El grupo de muchachos que sufría aquella reprimenda se aglutinaba en torno a algunas pinturas que reflejaban estampas citadinas de los años treinta o cuarentas y, desenfadadamente, reían y comentaban en torno a aquellas lejanas formas de vestir. Fue eso lo que enfadó al caballero elegante.
La letanía de aquel hombre incluyó calificativos para las modas actuales que iban desde andrajosas, deshilachadas y descoloridas, hasta irreverentes, insultantes lascivas e impertinentes. Los jóvenes fueron amables y comedidos, simplemente se miraron entre sí y se alejaron sin hacer mayores comentarios.
En medio de todo aquel alboroto de formas y denominadores quedé yo, mirando hacia los extremos del tiempo y la moda, observando por un lado la tradicional elegancia en el vestir y por el otro la expresiva casualidad de figuras y colores.

Ahí estaba yo, situado en el margen intermedio que existe entre estas representativas épocas y, sea la edad, el tiempo, el ánimo o el momento, caí en la cuenta de que mis simpatías y agrados se comparten en igualdad de términos.

Repasé los severos contraargumentos impartidos a la moda y las alabanzas a los “buenos y lejanos tiempos” y reparé en el agraciado hecho de sentirme parte integral y activa de los actuales buenos tiempos, los que te permiten sin mayores reparos acomodarte a las formas y a los momentos.
Si, afortunadamente pertenezco a esta benigna época que se amolda al cashmere y a la mezclilla, a los sombreros panamá y las cachuchas Bilbao lo mismo que a las gorras deportivas; que va del clásico color Oxford a vibrantes, escandalosas y divertidas tonalidades de verdes, rosas y naranjas; tiempos que propician la alternancia entre lo formal y lo casual, lo elegante y lo relajado.

Es verdad, los tiempos han cambiado, y las formas de vestir también, yo no sé si hemos mejorado o empeorado, lo cierto es que no importa la edad que se tenga, sino el momento, la ocasión y la oportunidad para ir de lo casual a lo formal, a lo deportivo o lo, de plano, extraordinariamente cómodo.
Aquel caballero se quedó de fijo en su época de tradicional elegancia, celebro que existan personajes así, que resguarden las añejas costumbres, los modos y las modas; que nos permitan un atisbo en el tiempo a aquellas clásicas usanzas en las formas de vestir y actuar.

Celebro las juveniles, frescas y expresivas formas en la ropa actual. Pero aún, mucho más, festejo la época que nos permite ir de una moda a la otra en un par de horas. Dichosos tiempos que nos tocó vivir.

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