La escena me pareció de lo
más irreal posible: ahí en medio del parque, rodeados de personas y a media
tarde, la pareja se prodigaba encendidas caricias y se manifestaba, sin ningún
miramiento, presagios de lo que seguramente vendría después; del respeto a los
que estábamos ahí o hacia ellos mismos no existía ningún asomo. Tal vez el
cuadro podría parecer normal, que no lo era, mucho menos la edad de la pareja,
entre 12 y 13 años.
Faltaban cerca de 20 minutos
para las 3 de la tarde, a esa hora el tianguis ubicado en el parque que da a
espaldas al monumento a la madre en el Distrito Federal, está repleto de
personas que laboran en los entornos y que buscan algo para comer. Coincide
también con la hora de salida de las escuelas primarias y secundarias ubicadas
cerca de ahí, motivo por el cual el área de juegos infantiles estaba lleno de
niños y papás.
En un momento determinado mi
mirada se tropezó con la joven pareja. Ella vestía uniforme escolar, su cara
era la de una niña de 12 años, no más; su cuerpo no denotaba ni sugería las
formas de una mujer. A sus pies descansaba una mochila escolar con la figura de
una famosa gatita, en su pelo un prendedor reproducía al mismo personaje,
prácticamente era una niña.
El jovencito aquel, era de
aproximadamente la misma edad, tal vez un año mayor, los cabellos peinados
hacia arriba. Él no llevaba uniforme escolar ni mochila alguna. Ambos se
encontraban fundidos en un abrazo, detrás de ellos algunas personas columpiaban
a sus hijos pequeños, delante de ellos la gente caminaba, compraba, platicaba y
los miraba.
Lo estrecho del abrazo le
permitía al joven tener completo acceso a la espalda de la niña y a mucho más
que eso, por lo cual, sus manos recorrían libremente toda la parte posterior de
la chica e incluso, exploraban por en medio de sus piernas. Ella nunca lo
detuvo ni lo contuvo, no se cohibió ni realizó ningún movimiento de rechazo,
simplemente consintió las atropelladas, grotescas y públicas caricias.
Por supuesto que no me quedé
a terminar de ver la irreverente función, seguí caminando con una mezcla de
sentimientos, pensamientos y reflexiones congestionadas en mi mente.
Ciertamente en la Ciudad de México he visto situaciones que difícilmente se
podrían presenciar en otra ciudad, pero el hecho aquí relatado me dejó
completamente desconcertado.
Entiendo que las emociones,
las pasiones y los impulsos se desatan y que en muchas ocasiones lo hacen de
manera incontrolable; pero hay condiciones, horarios, lugares y sobre todo,
edades para poder vivir y disfrutar esos ímpetus a plenitud. Por otra parte, no
se conciben esas situaciones cuando las personas deberían estar viviendo
procesos relacionados con la infancia.
También entiendo que cada
quien goza de entera libertad para educar a sus hijos de la manera que quiera o
considere más adecuada, pero existen normas de conducta y aspectos morales que
no es conveniente trasgredir, porque las sanciones sociales y las repercusiones
personales suelen ser muy duras, no solo para ellas, también para ellos.
No me voy a referir en esta
ocasión a las señoritas porque ya muchas letras se han escrito sobre ello y
porque no quiero caer en polémicas con criterios feministas. Quiero dirigirme a
los muchachos (no a los niños como los del relato anterior) y trataré de
hacerlo sin darme golpes de pecho, sin prejuicios religiosos y sin
apasionamientos estériles.
Muchachos, en cualquier tipo
de relación en la que se encuentren con una chica, sea un noviazgo formal, un
enamoramiento pasajero, una relación de esas carentes de compromiso o una de
las llamadas “free”; es fundamental, principal y absolutamente necesario
respetar y proteger a nuestra pareja.
No voy a caer en
definiciones académicas o filosóficas de estos dos valores, simplemente
consideraré el respeto y la protección de nuestra pareja como la acción de ponerla
a salvo de las maledicencias, las habladurías y las etiquetas sociales y
culturales.
Sabemos que la sociedad es
muy dura con las chicas, que poco se necesita ver, escuchar o saber para que
una jovencita sea calificada con un sobrenombre de sólo cuatro letras; y
también sabemos que una vez puesta esa etiqueta social, muy difícilmente se
pueden librar de ella. Tomando en cuenta esa consideración, muchachos, cuiden a
sus parejas, no las expongan a los comentarios, a las burlas, las infamias y
las habladurías de la gente.
¿Cómo pueden lograr eso? Es
fácil, no hagan público lo estrictamente privado. Esto implica no hablar de
ella en sentido peyorativo ni hacer alardes de los alcances que han tenido en
el conocimiento de su anatomía. Y muy importante, no la exhiban ni muestren sus
logros a los ojos de gente.
Siempre habrá tiempos y
espacios para un beso húmedo y suave, para una caricia que aproxime a la intimidad, para un abrazo cálido
y ceñido; a la mitad de un parque, la calle, el malecón, una fiesta, el cine o
la escuela nunca será el lugar ni el momento favorable para esas
manifestaciones afectivas, aún y
cuando no se cuente con otro lugar disponible.
El concepto de intimidad se
relaciona con los aspectos interiores de cada persona, si esta noción la
trasladamos a los espacios de la pareja, entonces tendremos que referirnos a elementos
que atañen única y exclusivamente a la pareja y a nadie más; por tanto será
necesario asegurar que la intimidad no se exhiba ni se muestre y menos se haga
pública, porque si esto sucedería se perdería el significado de intimidad.
Posiblemente esto a alguien
no le importe, pero entonces las consecuencias sociales irán directo al
cuestionamiento de la honorabilidad, el recato y la virtud. Y me parece que
nadie, sea hombre o mujer, se sentiría orgulloso de amar o de estar al lado de
una persona de dudosa reputación o de discutible decoro. Pero la situación se
agrava si son ustedes mismos, muchachos, la causa y la consecuencia del
desprestigio social de sus propias novias o parejas.
Jóvenes, si alguna chica se anima
o atreve a hacer algo con ustedes es porque los ama, porque confía o porque así
lo decidió; por tanto, no la defrauden, no la exhiban, cuiden esos sentimientos
y atesoren esas manifestaciones como algo propio, íntimo, como hechos que
pertenecen al universo esencial de la pareja y no al dominio público.
Es verdad, en ocasiones la
temperatura sube y las emociones se proyectan, entonces es preciso recurrir a
toda la hombría y la fortaleza interna para atemperar esas inquietudes y
esperar el tiempo propicio, durante el cual, les aseguro, el amor se disfrutará
mucho más. Mientras llegan esos instantes de plenitud emocional, respeten y
protejan a su pareja.
No sé que habrá
sucedido con aquella parejita, no me imagino hacia qué regiones los conducirán
sus emociones y sus actos, tal vez su historia sea una más de las que surgen y
se esfuman en esta enorme ciudad, tal vez su historia sea la manifestación
plena y concreta de una sociedad cambiante. Espero que
no.