Todas las navidades han sido mi navidad favorita, de eso no tengo la menor duda. Sin embargo, entre todas ellas, atesoro con especial esmero las que pasé como integrante del coro en la Iglesia de San Román. Esas tuvieron cierta magia y esa mezcla extraña de fiesta y espiritualidad que generó recuerdos y emociones imborrables en los mejores años de mi juventud.
Podría enumerar tantas y tan gratas reminiscencias navideñas en cuales quiera de las etapas de mi vida. Desde aquellos en que intentaba no quedarme dormido para poder ver a Santa Claus, hasta los del año pasado, en la que todos los miembros de la familia intercambiamos, por casualidad, el mismo tipo de regalos.
Pero sería imposible dejar de evocar aquellas juveniles navidades vividas en torno al nacimiento que colocábamos en el altar de la iglesia de San Román. Fueron tiempos fáciles, divertidos y despreocupados. El mayor y único afán era llegar a tiempo a la misa de medianoche, después de eso, todo era villancicos, abrazos y disfrutar la alegría franca y sincera de los amigos verdaderos.
No tengo claro cuando se fundó el coro, tampoco supe cuando se desintegró. Su principal función ( y aparentemente la única) era cantar en la misa dominical de las 10 de la mañana. Yo nunca canté, todos agradecían que no lo hiciera, pero siempre asistía a los ensayos y a las misas, eso era importante para mí.
El coro (que en realidad se llamaba Grupo Encuentro) tenía un perfil relativamente bajo la mayor parte del año, ensayos los sábados por la tarde y cantar los domingos en la mañana, después de eso nada. Cuando terminaba el mes de septiembre empezaba el movimiento: rifas, ferias del dulce, venta de antojitos y bazares de ropa, principalmente. En mis últimos años en el grupo nos fue más redituable y divertido la elaboración y venta de piñatas navideñas. El objetivo era reunir fondos para la navidad próxima.
A partir de la segunda semana de noviembre todo era movimiento y trabajo constante en el coro: se debía diseñar y construir el nacimiento que se pondría en el altar de la iglesia, elegir y preparar los cantos adecuados a la época y adornar y limpiar el templo; todo debía estar listo para el primer día de diciembre. Aquel ajetreo nos ocupaba todos los días de la semana.
Pero era algo muy rico y divertido, todos aportaban ideas y trabajo, se establecían normas y acuerdos que siempre eran respetadas. Se tomaban decisiones y resolvían los conflictos sin mayores complicaciones. Nos hacíamos bromas, jugábamos, nos convertíamos en mejores amigos y en muchos casos, también nos enamorábamos. Así era la vida en el coro de San Román.
El momento cumbre llegaba el 24 de diciembre, en la misa de medianoche, al ambiente se tornaba muy cálido y espiritual, el mensaje de una navidad siempre nueva flotaba en el aire, nuestros corazones jóvenes se agitaban ante el anhelado renacer de Cristo, ante el retorno de las esperanzas, del amor y de la fraternidad. Todo ello amenizado por nuestros cantos navideños que cobraban un nuevo matiz en esa noche de paz.
Recuerdo la iglesia iluminada en tonos ámbar, las luces del nacimiento con su continuo e incansable centellar, las notas dulces y suaves del Ave María, los arrullos al eterno niño, el mismo que no se cansa de renacer en este mundo tan necesitado de esa paz y esa calidez que sólo se encuentra en los días de navidad.
Después de la misa, lo que seguía era saludar y felicitar a los amigos del coro, muchos de los cuales nos conocíamos desde que éramos casi niños y con lo que fuimos creciendo; los amigos que nos ayudaron a madurar y descubrir nuevas perspectivas y formas de ver y apreciar la vida. Los amigos con los que nos enojábamos pero que nunca dejaron de estar cerca para cuando se nos pase el coraje. Los amigos que aún hoy, abrazo y aprecio.
Fue en esos años que comprendí que la navidad es la oportunidad que nos da la vida para aproximarnos a las personas que amamos, es la ocasión perfecta para que renazcan los sentimientos afectuosos, aquellos que le dan sentido y valor a la vida; el momento preciso de reconocernos como parte de una misma comunidad, de una misma y amorosa civilización.
Y también entendí que de nada me sirve adornar mi casa y llenar de luces mi jardín si mi interior sufre la ausencia de la paz y el perdón, si mi corazón está lleno de egoísmos y rencores; entendí, que necesito reconciliarme conmigo mismo, con las personas que amo y con la vida misma si lo que pretendo es vivir y disfruta de una dulce navidad. Entendí, que el niño Dios sólo renace en un corazón que vive sereno, lleno de esperanzas y siempre dispuesto a la caridad, la confianza y el amor.
Con el paso del tiempo, la vida me llevó por caminos que me alejaron del coro de los amigos de San Román. Entonces descubrí otros escenarios en los que viví y disfruté de navidades distintas, siempre nuevas, con mensajes renovados, con otras alegrías, otras esperanzas y otros abrazos.
Es necesario reconocer que en todas las navidades, hay instantes en que me atrapa la nostalgia, me invade la tristeza y termino con las emociones enredadas; pero creo que eso también es parte de la magia de la navidad, porque en cada una de ellas siempre hay alguien a quien extrañar, alguien a quien necesitamos abrazar, alguien que esa noche falta en nuestra mesa y en nuestra vida.
Hoy, mi navidad tiene la cara de mis hijos, la imagen de mis padres, la sonrisa de mis hermanos y la paz de la abuela; se acompaña de tíos y primos y se cobija con el calor de todos mis amigos. Por todo eso, este año, nuevamente celebraré y disfrutaré de mi mejor y más grata navidad.
Un abrazo afectuoso para todos los que me acompañaron en aquellos deliciosos años del coro de San Román, abrazo también a familiares y amigos y mi deseo sincero y cordial de una alegre navidad, llena de paz y amor, para todos los que me hacen el enorme favor de leerme.