Publicado el 1 de junio de 2011
Hoy huele a Campeche; casi sin tomarse en cuenta, el comentario se deslizó muy suavemente por la electrónica red hasta que finalmente cayó en el fondo de mi desprevenido ánimo. Te miré con extrañeza en la pantalla de mi ordenador y la pregunta surgió espontanea: ¿A qué huele Campeche?
En un instante, los recuerdos cálidos, las vivencias alegres, las juveniles ilusiones y las inquietas melancolías se matizaron de familiares olores que se precipitaron desde los rincones más luminosos de nuestras vidas cotidianas y llenaron de colores y aromas nuestra cibernética charla.
Campeche tiene los perfumes de un mar que se aletarga en sus orillas, ese aroma suave y tenue que se prende en la ropa, se enreda en el pelo y abrazado al cuerpo penetra hasta los linderos del espíritu para no desprenderse jamás de él. Campeche huele a olas que murmuran, arrullan y cantan; a brisa, a tarde, a sol y a sal.
Es cierto, la ciudad huele a mar; pero también a tardes de lluvia (ese olor tan dócil de la tierra humedecida) a yerba recién cortada, a frutas maduras (si, a mangos, naranjas, grosellas, tamarindo, ciruelas y guayabas) y también a flamboyanes, buganvilias, limoneros y tulipanes; y a palmeras, manglares y cocoteros.
¿Y más allá de todo eso? ¿Y si nos internamos aún más en los olores del recuerdo y en los recuerdos de los olores? Entonces, lo descubrimos: Campeche huele a las esencias de la infancia: pan dulce, galletas y bizcochos, chocolate batido (el batidor de madera tiene su propio aroma) agua de Colonia y al jabón Maja de la abuela.
Y en un descuido, también se precipitaron los aromas suaves de los dulces y antojos de la niñez: pepitas y cacahuates, buñuelos con miel, torrejas, dulce de pan, de calabaza y papaya; cocoyoles, suspiros y frailes, dulce de coco y saladitos de tamarindo, charritos con cebolla y chile jalapeño; tantos y tantos aromas enlazados a tantas y tantas remembranzas.
¿Recuerdas cuando salíamos de la escuela López Mateos y caminábamos de regreso a casa por la calle12? En esos días de principios de los años setenta, era posible adivinar lo que iban a comer en cada casa por la que pasábamos.
Pescado frito con frijoles de olla, bistec con arroz blanco y plátano frito, frijol con puerco, pollo con verduras, pan de cazón y muchos otros aromas deliciosos que inundaban y matizaban el camino de regreso a casa. Si, Campeche también huele a la comida del hogar.
Pero además, los tiempos en Campeche también tienen sus propios olores. Cuando se acerca el mes de abril el ambiente tiene aroma de Semana Santa (no sé cuál es ese olor, pero de verdad que huele a Semana Santa). ¿Y el día de muertos? ¡Entonces la ciudad entera huele a pibipollos! Y no es de sorprenderse cuando escuchamos a alguien decir: ya huele a navidad.
Yo creo que la ciudad tiene un cierto aroma a nostalgia, a recuerdos y leyendas; Es verdad, pero también se respiran los atardeceres y las noches cálidas iluminadas por la luna inmensa; se respiran romances, susurros y promesas atadas a ensueños.
Se percibe el olor de las emociones que se encuentran y coinciden, se recuerda la dulce fragancia de los amores primeros, de los besos escondidos y las inquietudes que sorprendidas despiertan y se confirman cuajadas de dulces juramentos.
La ciudad atesora el grato y cálido aroma del hogar y las tradiciones familiares; huele a mis hijos, a mi madre y a mis hermanos; huele también a los amigos (los de ayer y los de hoy) a la comodidad de sentirse en el hogar, a encuentros afectuosos, a seguridad, refugio, armonía y descanso.
La ciudad transpira fragancias que se quedan impregnadas en la parte más sensible del alma de sus habitantes; la ciudad está llena de olores gratos y familiares, de aromas conocidos y reconocidos, de esencias que evocan ayeres y recuerdan emociones.
Pero además, yo tengo atrapado el olor a Campeche, tengo los pensamientos y las emociones empapadas de ese tan particular y campechano perfume, su bálsamo inunda mis palabras y mi espíritu y se acuna desenfadado en mis letras. Quiero conservar esa esencia, regocijarme en ella, así me siento bien. ¿Y tú? Sí, yo también.