Espero alegre la salida y espero no volver jamás
Frida
Entrar a la que fuera casa de la famosa pintora mexicana Frida Kahlo representó un impacto en más de un sentido; por un lado es encontrarse de frente con una parte importante de la historia y la cultura nacional. En otro sentido, el desconsuelo de hallarse con una casa evidentemente modificada en su estructura original y con muy pocos elementos que permitieran atisbar la personalidad impactante de Frida.
La llamada Casa Azul, el lugar donde nació, vivió y murió Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, ubicada en la esquina de las calles Londres y Allende en Coyoacán, luce una fachada austera, lisa, llana; solo llama la atención la enorme puerta de madera que tantas veces debió ver pasar a la pintora. Yo pensaba que entrar en la casa sería como trasladarme al México de los años cuarenta y al mismo tiempo, entrar en la magia y la irreverencia de Diego y Frida.
No fue del todo así. De principio se entra en un pequeño zaguán al cual se le instaló un torniquete de acceso y, para hacer mucho más profano el lugar, se perforó la pared derecha para habilitar una taquilla y un depósito de bolsas y mochilas.
A partir de ahí, se da acceso a una serie de pequeñas habitaciones, la primera luce una enorme chimenea de estilo prehispánico diseñada por Diego Rivera, al parecer es lo único que queda de lo que debió ser la sala principal de la casa. Las pequeñas proporciones del lugar hacen fácilmente adivinar las modificaciones
El resto de las habitaciones (con los enormes ventanales clausurados) sirven para exponer bocetos y obras inconclusas de la pintora; llaman la atención un cuadro que muestra el árbol genealógico de Frida al que solo le faltó pintar el rostro de unos niños; asimismo, el famoso teatro de títeres diseñado por la propia Frida. Hay cuadros que son solo rayones, trazos alrededor de algún dibujo (como el que intentó ser un paisaje de Nueva York).
Una vez terminada las impersonales salitas se llega a lo que queda de original de la casa del matrimonio Rivera Kahlo; me asombró ver tantos desniveles y escaleras en la casa de una mujer casi lisiada, pero entiendo que se diseñó y construyó mucho antes del accidente de Frida.
En un primer nivel se tiene acceso a un pasillo que por un lado da a la cocina y por otro al comedor. La cocina conserva una enorme hornilla, de las que ya no se usaban en la época en que Frida vivía pero que eran de su personal gusto. El resto de la cocina está acondicionado con un mobiliario demasiado austero aunque muy colorido con predominio del amarillo.
El comedor está decorado en el mismo estilo que la cocina; salvo por un sillón raido, no me parece sean el mobiliario con el que la pareja recibía a personalidades de la talla de los muralistas David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, el poeta Pablo Neruda y político León Trotsky entre otros grandes personajes de la política, las artes y las ciencias de aquella época.
Por cierto, el comedor conecta directamente a una pequeña habitación en la que precisamente se hospedó Trotsky durante su exilio en la Ciudad de México. La recámara es pequeña, luce almohadones bordados muy al estilo de Frida, sillones de descanso, mesa de medianoche, ropero y una cómoda.
Regresando al pasillo, se puede descender a una pequeña sala (hoy sería una confortable, cálida y acogedora salita para ver televisión) que seguramente era utilizada como un bar o para una amena plática con dos o tres amigos.
De ahí, nuevamente escaleras para llegar al estudio de Frida, este lugar representa la parte más rica que se conserva de la Casa Azul. En el estudio, se pueden observar toda clase de pinceles y recipientes de pintura, el caballete de Frida (regalo del magnate estadounidense Nelson Rockefeller) la paleta los estuches y las mesas de dibujo entre otros objetos propios de un artista.
El lugar tiene un enorme ventanal que da directamente a los muy amplios y cuidados jardines de la Casa Azul; es un lugar lleno de luz, cómodo, fresco, ventilado, dan ganas de quedarse en ese lugar. Es muy fácil imaginarse a Frida o a Diego permaneciendo por horas dedicados a su labor creativa en ese lugar.
El estudio continua con sillones de descanso de Frida, silla de ruedas y muletas, los corsés decorados por la propia Frida y uno de sus famosos vestidos oaxaqueños. El mobiliario lo complementa un enorme mueble atestado de los libros de Diego Rivera y un enorme y descolorido espejo (cuantas veces debió mirarse Frida en él) y algunos cuadros de paisajes mexicanos.
Al final del estudio, se ubica una especie de vitrina llena de cosas, de esas cosas de las cuales se van llenando nuestras casas y nuestras vidas: pinceles viejos, pequeñas artesanías, baratijas, una miniatura de una caja de Coca Cola, cajas de medicamentos, frascos de perfume y muchas cosas más en el perfecto, cotidiano y hogareño desacomodo en que seguramente Frida lo tenía.
El estudio da a un pequeño pasillo en el que se acondicionó un sitio de descanso para Frida, ahí está la famosa cama en que fue traslada a la única exposición de sus obras que tuviera en vida en la Ciudad de México, poco antes de su muerte en julio de 1954.
La cama tiene cuatro columnas en sus extremos y en lo alto una madera hace las veces de techo y de soporte de un espejo (colocado en ese lugar por la mamá de Frida para que pudiera mirarse durante los largos meses de convalecencia después de su accidente). Sobre la cama, los tradicionales almohadones bordados y los clásicos rebozos le dan marco y realce a la máscara mortuoria de Frida Kahlo.
Inmediatamente después del pasillo de descanso, se exhibe (en lo que debe ser otra modificación a la casa) la recámara personal de la pintora: una cama un poco más grande, más muletas y corsés decorados, un banquillo dedicado a la niña Fridita fechado en 1910, muchas fotos, otra enorme vitrina llena de juguetes y adornos.
La recámara no tiene ventanas, se siente un tanto húmeda y hasta fría. No hay un baño cercano, no hay rasgos, no hay magia, no hay energía. Tal vez porque esa habitación no fue verdaderamente la recámara de Frida (¿Para qué tener la cama de descanso junto a la habitación principal?) tal vez porque la casa desde 1957 es un museo y ha perdido la esencia y la calidez humana.
Eso es todo de la casa, desde el pasillo se desciende a los jardines, de ahí siguen espacios acondicionados como baños públicos, tienda de recuerdos, cafetería, sala de exhibición de piezas prehispánicas y acceso a salas temáticas que en realidad están en el domicilio adjunto.
Salí de la casa con una emoción extraña, con un sentimiento de pesadez, desgano y desilusión. Esperaba encontrarme con el espíritu de Frida, acechar los misterios de su mente atormentada, deseaba enamorarme de una vez y para siempre de la eterna Frida.
No pude hacerlo, se evaporaron las ánimas de los que alguna vez habitaron la Casa Azul de Coyoacán, junto con ellas, se fueron también los secretos, se fue el encanto. Frida queda en el recuerdo y en sus obras, no en esa casa, no en esos vacios muros azules, Frida se fue de ellos y no volverá jamás.