viernes, 21 de enero de 2011

46. Valores en práctica

Publicado el 21 de enero de 2011
La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no

reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho.
Cicerón

“Mira, es el señor del celular, vamos a devolvérselo” y sin mayores explicaciones me entregaron mi olvidado teléfono y me regalaron un magnífico, claro y contundente ejemplo de la calidad humana que aún persiste en nuestra comunidad. Dado que la perplejidad me robó los agradecimientos, no puedo más que dedicar estos Apuntes a quienes de manera cotidiana llevan a la práctica uno de los valores más apreciados y ensalzados por la sociedad: la honradez.

Después de comer en un pequeño restaurante de comida rápida y sin tener mayores compromisos para el resto de la tarde, decidí entrar al cine. Ya estando debidamente acomodado en mi butaca y antes de que inicie la proyección, reparé en el hecho de que no llevaba conmigo mi teléfono. Supuse que lo había dejado olvidado en el coche o en la oficina, lo cual sucede muy frecuentemente.

La ausencia del teléfono no me preocupó (no lo uso dentro del cine) sin embargo decidí salir a buscarlo; ya en la calle me cruce con una pareja de jóvenes, un muchacho y una señorita, quienes al verme dijeron: “¡Mira, es el señor del restaurante, vamos a devolverle su celular!”.

Uniendo las palabras a la acción extrajeron mi teléfono de un bolso y me lo entregaron sin más ni más. Con la misma continuaron su camino dejándome completamente sorprendido y sin siquiera una palabra para agradecer ese gesto inolvidable de honradez y generosidad ejemplar.

Y cuando escribo que me quedé sin palabras, no lo hago utilizando el sentido figurado, es textual, completamente real. No pude hablar de la impresión, ni siquiera para decir gracias, mucho menos para preguntarles sus nombres y saber si necesitaban algo de mí. Nada, no dije nada.

Por eso, siempre los pongo a ellos de ejemplo cuando hablo acerca de los valores y del ejercicio general de principios y normas de urbanidad y civilidad. Nadie, más que su conciencia, les iba a reclamar el no devolver el teléfono (yo ni siquiera sabía que lo había dejado en el restaurante y no recuerdo haberlos visto a ellos en ese lugar) pero eso para esos jóvenes, era demasiado; por eso el soberbio ejemplo de total sinceridad, propiedad al obrar, transparencia y calidad humana demostrado ese día.

Es cierto, persisten numerosas personas que encuentran objetos de valor y los devuelven de manera inmediata; existen muchos que de manera callada y anónima ofrecen diariamente formidables ejemplos de rectitud y honorabilidad. Pero considero que siempre será necesario y fundamental remarcar las prácticas que nos reconcilian con la sociedad y nos devuelven la credibilidad en los seres humanos.

Cuando hablamos de valores, muchas veces perdemos demasiado tiempo intentando determinar sus conceptos, sus fundamentaciones y sus orígenes morales y éticos, cuando lo realmente importante, lo concreto y por encima de todas las cosas, lo pedagógico, es atender a la manera en que esos valores se traducen en la práctica habitual y cotidiana.

Podemos recalcar diariamente que por honradez nos referimos a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra justa, recta e íntegra, tanto en su obrar como en su manera de pensar. Podríamos señalar que una persona honrada es aquella que actúa con rectitud de ánimo y respeto a las normas que se consideran como correctas y adecuadas, pero muy pronto se olvidarán los conceptos y definiciones.

Lo que persiste en la mente son los ejemplos, por eso debemos de manera continua exaltar la conducta de aquellas personas que anteponen a sus necesidades manifiestas, su actuación en apego a lo que es justo y honesto; por eso debemos aclamar a aquellos que evitan el camino cómodo y fácil (incluso redituable) y buscan con sus acciones el bien común, porque es eso lo que finalmente trascenderá en la colectividad y, de alguna forma o de otra, deberá paulatinamente ir transformando la conciencia pública.

Finalmente, desde este espacio y después de transcurridos algunos años, les doy las gracias a esos jóvenes, no por devolver el teléfono (eso fue lo menos importante) sino por darme el brillante ejemplo de cómo poner en práctica los valores, por ser dechado de congruencia con las normas de conducta adquiridas; por su actuación que ahora me sirve de modelo de solidaridad ciudadana, por el respeto demostrado a las propiedades ajenas y por romper el paradigma de la deshonestidad colectiva y el cinismo social. Muchas gracias jóvenes. La vida les dará un justo reconocimiento, estoy seguro.

viernes, 7 de enero de 2011

45. Un año nuevo

Publicado el 6 de enero de 2011

A María José


El inicio de año representa para la mayoría de las personas el principio de una etapa nueva cargada de energía y deseos de cambio, mismos que, en muchas ocasiones, se extravían en las primeras semanas de enero. Necesitamos ser constantes y perseverantes en nuestras pretensiones para poder aspirar al cumplimiento de nuestras metas y más caros anhelos. De otra forma, el principio del año no significará nada más que eso, sin tener ninguna trascendencia para nuestras vidas.

Si somos realmente sinceros, claros y objetivos podremos darnos cuenta de que en realidad un año nuevo no cambia nada; las cosas siguen en el lugar exacto en que las colocamos un día antes, cuando aún estábamos en el año viejo. El clima continua con sus ligeras variaciones y nosotros seguimos siendo las mismas personas que hemos sido siempre, ni un poco más ni mucho menos.

Entonces, ¿Por qué es tan importante para todos el año nuevo? ¿Por qué nos emociona, entusiasma y alegra? ¿Por qué lo celebramos con tanto júbilo y dedicación? Creo que las respuestas a estas preguntas se pueden encontrar en los simbolismos que forman parte de nuestra identidad cultural.

Pero más allá de nuestra herencia social y religiosa, están nuestras más arraigadas creencias que nos hacen suponer que la vida transcurre en torno a ciclos definidos, en etapas que cada determinado tiempo se cierran para dar inicio a períodos nuevos.

Esta creencia hace que pongamos a girar nuestra existencia en torno a esos periodos de vida, los cuales a su vez, generan el convencimiento y la certidumbre de que siempre contaremos con ocasiones nuevas de crecimiento y superación, de perdón y redención, de amar y reconquistar, de creer y esperar.

En nuestro imaginario, el inicio de año nos hace creer que estamos en el principio de uno de esos ciclos de vida. En los umbrales de un renacimiento de todas las cosas buenas que esperamos, deseamos y necesitamos en nuestras vidas; es la etapa de reavivar las esperanzas y reconciliarnos con la vida, de creer que las cosas van a cambiar y serán mejores para nosotros.

Pero ¿Es negativo tener esta suposición? Yo creo que no, la inauguración de un nuevo año, nos hace sentirnos como si fuéramos personas nuevas, nos recargamos de energía brillante y positiva, nos llenamos de nuevos propósitos y nos preparamos para alcanzar mayores niveles de bienestar personal, espiritual, familiar, social y económico.

Todo esto es definitivamente bueno para cualquier persona, porque nos sentimos alegres y confiados en el porvenir, animados y con relucientes motivaciones y deseos de hacer bien las cosas; queremos corregir lo que hemos hecho mal, enmendar acciones, componer relaciones, aclarar intensiones; queremos ser personas nuevas y mejores.

El problema es que muy pronto se nos acaba la ilusión del año nuevo, guardamos en un polvoso cajón nuestros propósitos y regresamos a nuestra vida de siempre, a la cruda y a veces triste y gris realidad de nuestra existencia, a ese caminar pesaroso y cansado, a la aflicción de todos los días.

Algo nos hace suponer que esta realidad está por encima de nosotros y permitimos que nos limite y atrape, que nos imposibilite crecer y alcanzar nuestras aspiraciones. ¿Qué podemos hacer? Nada, solo esperar a que termine el año para entonces sí, iniciar una era nueva en la cual sí nos podría ir bien.

Así, sin darnos cuenta, nos vemos sumergidos en una espiral anual de encanto y desencanto; entonces las preguntas surgen naturales y espontáneas: ¿Cómo puedo romper este círculo nocivo? ¿Cómo puedo cambiar esa realidad que me encarcela y entristece?

Las respuestas las podemos encontrar dentro de nosotros mismos, cada uno sabe cuáles son las pautas de comportamiento que nos permitirán aspirar a una realidad nueva. Cada persona sabe perfectamente cuáles son los pensamientos, los sentimientos y las acciones que necesitan ser modificados.

Entonces lo que hace falta es tener el coraje para cambiar nuestras creencias, actitudes y comportamientos, la tenacidad para mantenernos constantes en el cambio y la disciplina que nos impida recaer en conductas destructivas; necesitamos ser perseverantes para alejar el desánimo y la fatiga mental y emocional, para dejar atrás el conformismo, la apatía y la indolencia que tanto daño le han hecho a nuestras vidas y comencemos a edificar al ser humano reluciente que todos llevamos dentro.

Es importante recordar que si nosotros cambiamos, todo cambiará; si nosotros no cambiamos, nada cambiará; si no modificamos nuestras maneras de ser y actuar, si no hacemos las cosas de forma distinta, si no pensamos ni tenemos actitudes diferentes, entonces todo seguirá igual y por tanto los resultados de nuestras acciones seguirán siendo siempre las mismas.

Creer que el primer día de enero iniciamos una etapa nueva es bueno siempre que estemos convencidos de que podemos ser personas diferentes, que podemos adoptar una mentalidad y un comportamiento distinto que nos proyecte a construir esas realidades que tanto anhelamos, que facilite el bienestar tan deseado para nuestras familias, que favorezca la estabilidad emocional y financiera tan necesaria para todos y que nos impulse a alcanzar los niveles de felicidad que siempre hemos soñado.

En el inicio de este año, mi deseo es que seamos perseverantes en nuestros propósitos, que nos volvamos constantes en nuestra lucha por alcanzar nuestros ideales, que seamos disciplinados y tenaces en la conquista de nuevos éxitos y que tengamos la inspiración y la fuerza suficiente para crear los escenarios reales, auténticos y verdaderos en los cuales se apoyarán los elementos que nos permitirán estar bien y hacer felices a las personas que amamos. Feliz y dichoso año para todos.