La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no
reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho.
Cicerón
“Mira, es el señor del celular, vamos a devolvérselo” y sin mayores explicaciones me entregaron mi olvidado teléfono y me regalaron un magnífico, claro y contundente ejemplo de la calidad humana que aún persiste en nuestra comunidad. Dado que la perplejidad me robó los agradecimientos, no puedo más que dedicar estos Apuntes a quienes de manera cotidiana llevan a la práctica uno de los valores más apreciados y ensalzados por la sociedad: la honradez.
Después de comer en un pequeño restaurante de comida rápida y sin tener mayores compromisos para el resto de la tarde, decidí entrar al cine. Ya estando debidamente acomodado en mi butaca y antes de que inicie la proyección, reparé en el hecho de que no llevaba conmigo mi teléfono. Supuse que lo había dejado olvidado en el coche o en la oficina, lo cual sucede muy frecuentemente.
La ausencia del teléfono no me preocupó (no lo uso dentro del cine) sin embargo decidí salir a buscarlo; ya en la calle me cruce con una pareja de jóvenes, un muchacho y una señorita, quienes al verme dijeron: “¡Mira, es el señor del restaurante, vamos a devolverle su celular!”.
Uniendo las palabras a la acción extrajeron mi teléfono de un bolso y me lo entregaron sin más ni más. Con la misma continuaron su camino dejándome completamente sorprendido y sin siquiera una palabra para agradecer ese gesto inolvidable de honradez y generosidad ejemplar.
Y cuando escribo que me quedé sin palabras, no lo hago utilizando el sentido figurado, es textual, completamente real. No pude hablar de la impresión, ni siquiera para decir gracias, mucho menos para preguntarles sus nombres y saber si necesitaban algo de mí. Nada, no dije nada.
Por eso, siempre los pongo a ellos de ejemplo cuando hablo acerca de los valores y del ejercicio general de principios y normas de urbanidad y civilidad. Nadie, más que su conciencia, les iba a reclamar el no devolver el teléfono (yo ni siquiera sabía que lo había dejado en el restaurante y no recuerdo haberlos visto a ellos en ese lugar) pero eso para esos jóvenes, era demasiado; por eso el soberbio ejemplo de total sinceridad, propiedad al obrar, transparencia y calidad humana demostrado ese día.
Es cierto, persisten numerosas personas que encuentran objetos de valor y los devuelven de manera inmediata; existen muchos que de manera callada y anónima ofrecen diariamente formidables ejemplos de rectitud y honorabilidad. Pero considero que siempre será necesario y fundamental remarcar las prácticas que nos reconcilian con la sociedad y nos devuelven la credibilidad en los seres humanos.
Cuando hablamos de valores, muchas veces perdemos demasiado tiempo intentando determinar sus conceptos, sus fundamentaciones y sus orígenes morales y éticos, cuando lo realmente importante, lo concreto y por encima de todas las cosas, lo pedagógico, es atender a la manera en que esos valores se traducen en la práctica habitual y cotidiana.
Podemos recalcar diariamente que por honradez nos referimos a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra justa, recta e íntegra, tanto en su obrar como en su manera de pensar. Podríamos señalar que una persona honrada es aquella que actúa con rectitud de ánimo y respeto a las normas que se consideran como correctas y adecuadas, pero muy pronto se olvidarán los conceptos y definiciones.
Lo que persiste en la mente son los ejemplos, por eso debemos de manera continua exaltar la conducta de aquellas personas que anteponen a sus necesidades manifiestas, su actuación en apego a lo que es justo y honesto; por eso debemos aclamar a aquellos que evitan el camino cómodo y fácil (incluso redituable) y buscan con sus acciones el bien común, porque es eso lo que finalmente trascenderá en la colectividad y, de alguna forma o de otra, deberá paulatinamente ir transformando la conciencia pública.
Finalmente, desde este espacio y después de transcurridos algunos años, les doy las gracias a esos jóvenes, no por devolver el teléfono (eso fue lo menos importante) sino por darme el brillante ejemplo de cómo poner en práctica los valores, por ser dechado de congruencia con las normas de conducta adquiridas; por su actuación que ahora me sirve de modelo de solidaridad ciudadana, por el respeto demostrado a las propiedades ajenas y por romper el paradigma de la deshonestidad colectiva y el cinismo social. Muchas gracias jóvenes. La vida les dará un justo reconocimiento, estoy seguro.