Publicado el 18 de mayode 2010
Llegará un día en que nuestros
recuerdos serán nuestra riqueza
Geraldy
La abuela abrió la vieja vitrina que reposa en su dormitorio y, al margen de decenas de fotografías en tonos gris y sepia, fueron resucitando ayeres, lejanos parentescos, historias antiguas y anécdotas inesperadas. Es la canasta de recuerdos de mi abuela que en una tarde tranquila se desplegó para mostrar su abundancia.
Son imágenes que capturaron casi 100 años de la historia familiar, es la resplandeciente iconografía que permite reconocer cinco generaciones de un linaje apacible y cálido, cercano, relajado y afectuoso. Cerca de un siglo en la cronología de una familia que no tiene nombres ilustres para el mundo, pero donde todos conforman una riqueza surgida del trabajo anónimo y dedicado, del cultivo fecundo de las buenas costumbres y donde el buen humor ha sido un común denominador.
La mano de la abuela repasa las imágenes, las toca como si al sentir su textura llamara a los recuerdo y, haciendo gala de completa lucidez, asciende con agilidad y esmero al árbol genealógico para explicar con detalle los parentescos y relatar las anécdotas de los personajes que estelarizaron la mitología familiar en la primera parte del siglo pasado.
Por extraño que me haya parecido, los asistentes a la narrativa de la abuela no éramos muchos, sólo mis hijas y yo; sin embargo me parece que fuimos suficientes para, con particular diligencia, darle puntual seguimiento al anecdotario; por supuesto, muchas interrogantes fueron vertidas y todas fueron prolijamente respondidas.
Entre el cúmulo de fotografías de todos tamaños, mi abuela destaca la de su madre, doña Concepción Maldonado, quien a sus aproximadamente 15 años se mostraba altiva, con una mirada serena y tranquila. Mi abuela hace mención a la belleza de su madre; no hacía falta, esa cualidad se revela en ese retrato tomado alrededor de 1915 y que se mantiene cuidadosamente conservado.
A la bisabuela la conocí cerca de 50 años después de que posara para esa foto, para entonces, su juventud se había extraviado en las tareas de parir y cuidar 10 hijos y batallar diariamente para sacarlos adelante, sin embargo, perduraban en ella los rasgos reconocibles de la mocedad retratada.
Rodeada con un antiguo marco en forma de óvalo, está la foto del padre de mi abuela, don Norberto Duarte, quien con gesto adusto, sombrero y bigote recortado posa junto a una de sus hermanas. Es la única foto que tiene un marco, la abuela no sabe explicar porqué. Él murió muchos años antes de que yo naciera,
No podían faltar las fotografías de mi abuelo don Nicolás Luna Núñez, la más antigua lo retrata en sus 35 años; sin embargo, yo recuerdo una anterior a esa, se trata de una foto que lo muestra en un viejo muelle al lado de sus compañeros de tripulación del barco que aparece a sus espaldas. En esa gráfica el abuelo debía andar por los 20 años. Lamentablemente, desconocemos el paradero de esa gráfica que debió ser captada en los inicios de los años veinte del siglo pasado.
Por supuesto, había muchas fotos de la abuela, tantas que se hizo fácil reconstruir su particular historia, desde su juventud en los años treinta, hasta la formación de su familia. Ahí estaba ella con sus hijas mayores (mi madre la primera) luego siguen otras fotografías en las cuales sus hijos van aumentando hasta llegar a seis; finalmente, las imágenes donde se acompaña de nietos y bisnietos.
La abuela mostró muchas fotos de sus hermanos (a todos los conocí) y nos relató las historias de cada uno de ellos, sus anécdotas y andanzas en el Campeche de los años cuarenta. Existen también fotografías de muchos de sus sobrinos, de ahijados, de vecinos y amigos a quienes recuerda por sus nombres y apellidos.
Muchas de estas fotos cuentan con dedicatoria y fecha en la parte posterior. Este detalle abre un diferencia enorme con las fotos digitales de hoy día. La dedicatoria las hace personales, únicas, irrepetibles; ahí está el trazo y la forma de la letra y el pensamiento de la persona retratada, ahí está su huella que trasciende para ser leída 40 o 50 años después.
La colección fotográfica de la abuela es a la vez un postigo que permite dar un atisbo a antiguas formas de vestir, a muebles de aquellas tiempos y al modo particular de tomarse fotos que se acostumbraba en esas épocas: todos posando y sin sonreír alrededor de las figuras relevantes de la familia.
También existe una sección fotográfica de personas a quienes el tiempo les ha robado la identidad, simplemente la abuela no recuerda quienes son. Seguramente tuvieron una participación no muy significativa en algún momento de la vida y por eso su foto está a resguardo pero sin identidad. Eso no le quita el sueño a mi abuela.
Con la última foto, cae la tarde y concluye la sesión. Doña Herlinda Duarte Maldonado, con sus 88 años y la estampa clásica de las abuelitas del siglo pasado, guarda con cuidado su memoria y legado fotográfico, ahí quedan casi 100 años de vida familiar, ahí queda el recuerdo y el testimonio de personas cuya trascendencia y herencia se limita a la formación moral, clara y auténtica de una modesta pero orgullosa familia campechana.