sábado, 25 de julio de 2009

31. El malecón de Campeche

Publicado el 25 de julio de 2009


A mi abuelo don
Nicolás Luna Núñez

Ahí estaba yo nuevamente, caminando el malecón campechano, recordando el malecón de mi niñez, recordando los relatos de mi abuelo, sus cuentos de pescadores, sus aventuras de marinero, las historias que solo un abuelo como el mío podía narrar. Relatos que me ligaron para siempre al malecón de mi ciudad.

Ayer salí a caminarlo, a recorrerlo, a reconocerlo y a reencontrarme con tantas remembranzas que sobreviven en el espacio estrecho de mis más cálidos afectos. A mi lado iba mi hijo, pero por necesidad cordial, por la obligación que nace de sentimientos profundos, evoqué otras compañías y otros pasos que alguna vez transitaron muy cerca de mí.

Mi primer recuerdo fue para mi abuelo; fueron muchas las tardes en que vimos el sol ponerse sentados en la baranda del malecón antiguo; a veces me contaba de sus viajes de marinero que lo llevaron a destinos como Nueva Orleans o La Habana entre otros, me hablaba de enormes tormentas que azotaban su barco, narraba naufragios y rescates insólitos en alta mar.

A veces solíamos caminar desde el antiguo cuartel militar (en la esquina de la calle Victoria) hasta el parque Moch Cohuó, al cual se accedía a través de dos pequeños puentes ya que en esa época estaba rodeado por el mar, hecho que permitía el ingreso a sus alrededores de pequeños peces y de los llamados mex (cacerolas de mar) que abundaban en ese entonces en las orillas del malecón.

Durante esas caminatas hablaba de los tiempos en que no existía el malecón y en su lugar había una extensa playa en la que, al atardecer, los pescadores dejaban descansar sus fuerzas y sus cayucos, tejían sus redes entre los cocales y se relajaban inventando historias fantásticas de tiburones y ballenas.

Me contó acerca del tranvía de mulitas que transitaba por aquellos rumbos con destino o preveniente del poblado de Lerma y que en una ocasión atropelló a su primo Agustín, ese hecho, aún con todo lo trágico que fue y lo peor que pudo ser, nunca ha dejado de sorprenderme pues, me parece que el tranvía solo pasaba 2 veces al día y me imagino que la velocidad debió ser muy limitada, sin embargo atropellaron al que después sería conocido como “El Cojo Tín”.

Habló también de la construcción del cementerio de San Román, decía que una turbonada derribó la recién hecha barda frontal matando a dos albañiles. Ese hecho, aunado a las supersticiones de la época, motivaron que la construcción fuera abandonada durante muchos años y que su interior, al llenarse de maleza sirviera de refugio para algunos venados que a riesgo de su vida se aventuraban hasta esas proximidades de la entonces pequeña ciudad.

Con el paso del tiempo abandoné la niñez y tristemente también, las caminatas y los relatos del abuelo. Entonces, de camino a la preparatoria, transitaba rápidamente por el malecón a bordo de mi bicicleta. Era un deleite sentir la brisa en mi cara, el sol en mi espalda y toda la vida y el futuro por delante.

Años después, mis pasos eran acompañados muy cercanamente y una mano se aferraba ilusionada a la mía, entonces el malecón cobró nuevos y más claros matices. Caminé empujando una carriola, corrí detrás de zapatitos rosados y azules, vigilé atento la trayectoria de un triciclo rojo y tuve que explicar a donde se va el sol cuando llega la noche.

Posteriormente llegó la transformación del malecón y con ella, una etapa en la que aires nuevos soplaron en mi vida, venían de todas direcciones, a veces me empujaban, a ratos me detenían. Entonces caminé por caminos diferentes, otros pasos siguieron los míos, otros sueños soñaron conmigo; todo frente a ese mismo horizonte, bajo el mismo sol, bajo la misma luna, pero con un espíritu renovado, más fuerte, sereno y pleno.

Hoy el abuelo ya no está conmigo, fue mi hijo quien me acompañó a caminar, fue él quien escuchó aquellas añejas historias que el abuelo un día me relató. Tal vez mañana las narraré a mis nietos y también exageraré e inventaré nuevas aventuras y llenaré sus mentes y sus vidas de fantasías, piratas y sirenas, caracoles y caballitos de mar.

La vida pasará, el tiempo transcurrirá inexorable. No importa, seguiré acudiendo al malecón a confesarle mis alegrías y mis penas, a presumirle mis triunfos y a llorar mis fracasos, a dejar flotar mis recuerdos sobre sus aguas mansas y a permitir que mis sueños vuelen presurosos junto a las gaviotas hacia destinos que se pierden en el mar. El malecón me mira, me reconoce y me saluda como se saluda a un viejo amigo, a un amigo de toda la vida.

domingo, 5 de julio de 2009

30. Un recorrido ecológico (2ª. parte)

Publicado el 4 de julio de 2009


El segundo y último día de recorrido ecológico inició desde muy temprano; poco antes que amanezca me despertaron unos sonidos muy fuertes, yo supuse que provenían de la carretera que va a la ciudad de Escárcega. Después supe que eran los gruñidos característicos del mono aullador o saraguato, que anunciaban la llegada de un nuevo día.

Unos minutos después, inició el concierto de pájaros, no sé cuántos eran ni de qué especies, pero parecía que todos sus gorjeos y cantos armonizaban melódicamente. Por ratos distinguía el grito de los loros, finalmente distinguí el sonido que hacen las chachalacas (ya lo conocía porque durante algún tiempo muchas de ellas habitaron en los alrededores de mi casa) es un ruido que nunca he podido describir, me suena como si alguien estuviera serruchando madera.

En un momento, todo el grupo de exploradores estaba despierto escuchando a las aves y mirando la bruma que parecía danzar por encima de la superficie líquida de la aguada. La visión del paisaje no le pedían nada a los que hemos visto en algunas películas. En un instante inesperado, los primeros rayos de sol iluminaron el campamento. Era hora de levantarlo e iniciar la jornada.

Rápidamente nos organizamos para retirar y guardar las tiendas de campaña, almacenar los kayaks y sobre todo y principalmente, borrar todo rastro de la presencia humana, esto significa, retirar cualquier tipo de basura. Se trata por todos los medios posibles de preservar el lugar y sus condiciones higiénicas y ecológicas.

Para el siguiente punto del programa, visita a los cenotes, requeríamos trasladarnos por la carretera que va a Escárcega hasta un poblado llamado Miguel Colorado, para lo cual, nos despedimos del campamento Xunan-Ha, abordamos nuestros vehículos y partimos hacia ese punto de la geografía campechana.

Miguel Colorado es una población pequeña de cerca de mil habitantes, para llegar a ella avanzamos por la carretera Champotón-Escárcega, 15 kilómetros antes de llegar a esta última ciudad, se toma un desvío y tras once kilómetros de marcha llegamos. Nos reabastecimos de agua e iniciamos el camino hacia el Cenote Azul.

Debo aclarar que yo nunca imaginé que en el estado de Campeche hubiesen cenotes, por lo general estos cuerpos de agua se relacionan con Yucatán y en menor grado con Quintana Roo. Cuando supe que iríamos a conocer cenotes campechanos supuse que serían unos muy pequeños. Equivocada suposición.

Tras un camino, asfaltado hace mucho tiempo, que avanza a la vera de campos de cultivo y ranchos ganaderos, llegamos al Cenote Azul. Hay cierta infraestructura turística: algunas palapas, vestidores y un puesto de información pero están desiertos. Al decir del maestro Encarnación, las instalaciones eran administradas por un hombre de origen estadounidense, pero los habitantes de pueblo se inconformaron e hicieron que le retiraran la concesión solo para dejar abandonado el lugar.

El Cenote Azul es de una belleza y un tamaño impactante (se dice que tiene 250 metros de diámetro aproximadamente). Por un sendero en forma de escalera, con un casi destruido pasamano rústico, pudimos llegar a la orilla, los lugareños han construido una especie de trampolín y una plataforma para poder nadar en él. Enfrente a la orilla en que estábamos y rodeando el cenote, se levanta una pared de más de ochenta metros de alto y sobre ella, la selva campechana.

Decidimos continuar nuestro camino para visitar el Cenote de Los Patos, para ello, debíamos avanzar por un sendero que ascendía hasta rodear el Cenote Azul. Por unos momentos, el camino era sencillo aunque empinado, por otros, se aproximaba demasiado a la orilla y había que aferrarse de ramas y raíces para prevenir una caída.

En algunos segmentos, el sendero estaba cortado por arboles de zapote que habían caído como resultado del tiempo; en todos los casos, sus troncos estaban surcados por las cicatrices que les dejaron los años de cosecha del chicle. Eran las huellas de un pasado de prosperidad para la región y del impacto del hombre en el medio ambiente.

En el Cenote de Los Patos nos dio la bienvenida un grupo de monos araña, los cuales se alejaron rápidamente columpiándose entre las ramas altas de los árboles. La vista del cenote nos dejó a todos completamente asombrados. Es una especie de pozo de cerca de 200 metros de diámetro y con una altura por encima de los 60 metros, sus paredes son lisas y no hay forma alguna de descender hasta la verde superficie del agua, la cual está ciertamente llena de patos. Se nos ocurrió que podríamos bajar a rapel. Tal vez nadie lo ha intentado, nosotros tampoco.

Ya para partir se nos informa que en total son cerca de 6 cenotes los que se encuentran en esa área. Además, es posible visitar la laguna de Moku, la cual se halla repleta de cocodrilos y una caverna cuyo espectáculo está a cargo de millones de murciélagos. Esos lugares quedan pendientes para futuras visitas.

La despedida a este singular grupo de exploradores, corrió a cargo del saraguato, escondido en la copa de algún árbol, hizo sonar su aullido estereofónico que dejó asustados a algunos e impactados a otros. Su rugido aún resuena en mi cabeza como un grito de esperanza, un reclamo territorial, un llamado a preservar sus espacios y a respetar su presencia ancestral en nuestras selvas.

El espíritu de la selva campechana se ha quedado en mi interior y en las mentes y los corazones de quienes compartimos la experiencia de la naturaleza. El compromiso es regresar, el objetivo es conservar nuestros ecosistemas por que al hacerlo estaremos resguardando el patrimonio único de los que habitamos este hermoso planeta.