jueves, 17 de septiembre de 2009

34. La feria de San Román

Publicado el 17 de septiembre de 2009



Tradición, devoción, música, color, juegos, diversión, paseos y risas interminables; es el folclor de mi tierra y mi gente, la fiesta de mi barrio, la feria del Cristo Negro de San Román; una manifestación clara y auténtica de la fe y la alegría de los campechanos que le agrega al mes de septiembre un matiz incomparable y una composición increíble pero divertida de la campechanía en plenitud y que hoy parece debilitarse al seccionarse sus instalaciones.

Esta feria tiene su origen en la veneración del Cristo Negro que reposa en la capilla de uno de los barrios más antiguos, tradicionales y populosos de la ciudad de Campeche, el barrio de San Román, un lugar tranquilo en las orillas de un mar aún más sosegado, de calles limpias y retorcidas, con casas enormes que al paso del tiempo se han ido dividiendo, de vecinos que se conocen y saludan desde muchas generaciones atrás y de una fe inquebrantable en su santo patrono.

La historia refiere que la imagen (tallada en ébano y de ahí su ennegrecido color) llegó a la entonces villa de Campeche, procedente de Italia, el 14 de septiembre de 1565. El último tramo de su traslado marítimo (desde Veracruz) está enmarcado por un hecho considerado el primer milagro que obró Dios en favor de los campechanos: la barcaza que transportaba la imagen pudo sortear una aterradora tormenta que hizo naufragar navíos aún más grandes y mejor construidos; a partir de ahí, la cadena de favores no se ha detenido.

Para celebrar el arribo de la imagen a las playas sanromaneras, cada año se organiza la llamada “Feria del Cristo Negro de San Román” una fiesta que es hoy, una mezcla de eventos religiosos, culturales, deportivos, artísticos y sociales y un excelente pretexto para celebrar las tradiciones campechanas y amalgamarlas con los festejos con motivo de la independencia de México.

Todos en esta ciudad tenemos remembranzas e historias referentes a esta feria, todos hemos ido a besar la imagen y a pedirle favores de cualquier tipo, mismos que por lo general son concedidos en tiempo y en forma, lo que significa un retorno al año siguiente para agradecer y para pedir un nuevo auxilio a la sagrada imagen.

Yo tengo mis particulares recuerdos, aquellos que se remontan a la niñez y que tienen que ver más con la diversión que con la religión. Recuerdos de aquella época, no tan lejana, en que la feria se instalaba en los alrededores del templo y avanzaba sobre un Paseo de los Héroes que lucía en esos días repleto de juegos mecánicos: caballitos, rueda de la fortuna (desde la parte más alta podías contemplar las torres de catedral o la placidez del mar) carros chocones y trenecitos, entre otros.

Cómo no recordar esas caminatas por los muy estrechos pasillos de la feria, empujando a otras personas, sintiendo manos ajenas en la espalda y en ocasiones, en otras partes del cuerpo; admirando las novedades artesanales traídas de otras partes del país, comprando los tradicionales churros, las sodas y el nance curtido en ron habanero.

Las colas para subirse a los principales juegos mecánicos de Ordoñez: el Pulpo y el Remolino. Ya siendo de mayor edad, tocaba el turno a los tremendo aparatos de Nava: el Huracán y el Trabants, auténticos revolvedores de contenidos estomacales, pero un magnífico y muy tonto pretexto para demostrar la valentía y el abandono de la adolescencia.

Independientemente de eso, a mí me gustaba visitar la “casa de los espejos”, pero muy especialmente, entrar a ver a los animales fenómenos: la gallina de seis patas y el cochinito de dos cabezas. También me divertía ver a la “Mujer Tarántula”, aquella que fue capturada en las selvas chiapanecas y que sufrió esa extraña mutación por desobedecer a sus padres, o contemplar la lenta y paulatina transformación de un hombre en una enorme boa constrictora. Nunca me preocupé por tratar de adivinar el truco, simplemente me recreaba con esos eventos.

En algunas ocasiones y al grito de “Esta y la otra” tuve la oportunidad de presenciar las “Tandas” del teatro Lírico y reírme con las bombas yucatecas de Chela y Ponzo, años después me desternillé de risa con las ocurrencias del Chino Herrera, de Cholo y Cheto, los reyes del teatro regional.

Debo reconocer que nunca he jugado la lotería campechana en la feria, quizá porque todos los espacios están permanentemente ocupados por las señoras que han hecho de ese juego de figuras y fichas, un auténtico vicio. Sin embargo tengo una anécdota de mi abuelo, siendo él un niño de 10 años, se ganó una “volada” obteniendo un premio de 12 pesos con los que pudo comprar un reloj de péndulo (que aún perdura en la casa de mi madre) cuatro camisas y dos pibipollos. Ese fue un gran premio.

Otra tradición de la feria de San Román son los gremios que acuden a venerar a la imagen del Cristo Negro, los recuerdo cargando sus estandartes de terciopelo y sus faroles en forma de estrella iluminados desde su interior por veladoras. Los gremios, como hasta hoy, anuncian su paso por las principales calles del barrio con “voladores” (petardos que se elevan y estallan) y regueros de bombas que causan expectación y asustan a más de uno.

Yo participé en el gremio de jóvenes, en una ocasión me tocó entrar al templo cargando una antorcha y al intentar apagarla contra el suelo, incendié la alfombra del altar. En otra oportunidad, mi amigo “El Negro” encendió (sin intención) unos “voladores” que yo llevaba en la mano, los cuales arrojé para cualquier lugar armándose un verdadero caos entre los miembros del gremio juvenil. Afortunadamente nadie salió lastimado, ni siquiera yo, sólo se quemó mi camisa favorita. Ni modos, son cosas que pasan.

La feria de San Román hoy languidece: desde hace varios años los juegos mecánicos, los puestos de comida, ropa, trastes y artesanías, las atracciones de animales extraños, tiro al blanco, canicas, dardos y pelotas se instalan a un par de kilómetros de distancia de la capilla de San Román, lo que hace que se pierda la unidad de la feria y se debilite la identidad de la misma.

Tal vez al paso de los años las nuevas generaciones puedan adaptarse al cambio y disfrutar la feria como lo hicimos los de mi generación y los que estuvieron mucho antes que yo, tengo la confianza y la seguridad de que así será. Pero si no fuese posible, siempre se podrá rectificar y devolver la feria al barrio que le dio origen y sentido, entonces podrá recobrar su original color, su identidad sanromanera y su muy particular tradición. Espero que eso suceda muy pronto.

jueves, 10 de septiembre de 2009

33.30 años después de la Prevo

Publicado el 10 de Septiembre de 2009
Ese día no pude tomar conciencia cabal de las cosas que sucedían, era tanta la emoción por ir a la preparatoria que no valoré en su real dimensión la despedida de la secundaria. Hoy, a 30 años de aquella mañana de abrazos, buenos deseos y camisas autografiadas, saludo a la distancia a aquel grupo de amigos con los que compartí la etapa dorada de la Prevo y de nuestras vidas.


La primera clase que tuve en la Escuela Secundaria Técnica No. 1 (mejor conocida como la Prevo) fue civismo. Me alegró mucho darme cuenta que compartiría el grupo con varios ex compañeros de la primaria Adolfo López Mateos. Saludos de rigor, uniformes nuevos, sonrisas nerviosas, un poco de escándalo y la primera llamada de atención.


Se trataba de Mildred Waring, la maestra de inglés, ella daba clases en el salón de junto y el relajo la interrumpía y enojaba. Unas semanas más tarde rompimos un tubo de agua en el laboratorio. No se hizo esperar el correspondiente regaño grupal. Ni modos, así son las cosas cuando uno está en esa edad.


Después de eso toda la secundaria transcurrió como debe ser: juegos de fútbol entre clase y clase, maldades a los compañeros y bromas a las chicas; rayar clases y esconderse de “Carnavalito” (así apodábamos al prefecto, quien si nos descubría nos regresaba a nuestros salones) y de vez en cuando escaparse de la escuela para ir a vagar al Fovi o a ver a las chavas de la Miguel Hidalgo.


¿Qué otra cosa se puede hacer en la secundaria? Ah sí, es verdad, estudiar. Eso también lo hacíamos y por lo general a mis amigos y a mí siempre nos iba muy bien en los exámenes. Por supuesto, tareas y más tareas, investigaciones en la biblioteca y trabajos por equipos. Aguantar a los maestros, hacer actividades en el taller (en cualquiera menos en el de Ajuste de Banco) y auxiliar a alguna compañera que se posesionaba en plena clase.


En aquellos años no se acostumbraba que los chavos de la secundaria tuvieran novia, eran muy raras y escasas las parejas de novios; en lugar de eso, todos éramos amigos, nos juntábamos los chamacos y chamacas y nos quedábamos en cualquier lugar escuchando en una grabadora las canciones de “Fiebre de Sábado por la Noche” o comiendo charritos con cebolla y chile en el puesto que aún está frente a la escuela.


En esa época, la Prevo no tenía grupos únicos, cada año se integraban nuevos grupos de tal forma que durante los tres años de la secundaria me tocó compartir salón de clases con más de 100 compañeros, independientemente de los alumnos con quienes participaba en las actividades tecnológicas y de todos los demás que conocía porque eran amigos de mis amigos.


El resultado de todo ese intercambio de grupos fue que al llegar al término de la secundaria, los alrededor de 250 jóvenes que integramos la generación 1976-1979, éramos grandes amigos. Por ello el último día de clases fue de mucha alegría. Todo era abrazos, saludos, firmas en las camisas y cuadernos, buenos deseos y ofrecimientos de amistad permanente.


Ese último día de clases en la secundaria, no sabía que se cerraba una etapa fundamental en mi vida, una época de despreocupaciones, de rendirse al cansancio después de horas y horas de jugar bajo el sol, un tiempo de construir amistades sinceras, vínculos que han podido sobrevivir a pesar de disgustos y enojos pasajeros y nexos que con el paso de los años se tornaron fundamentales en mi vida.


Amigos de la secundaria que hoy son amigos de toda la vida, porque juntos iniciamos la aventura de nuestras vidas, porque nos conocimos cuando apenas abandonábamos la infancia y se abrían a nuestros ojos horizontes nuevos de conocimientos e inquietudes, de amores y desamores, de conflictos y de toma de decisiones.


Sorprendentemente, la promesa de amistad indisoluble hecha el último día de clases se cumplió. Logramos sostener los lazos amistosos a través del tiempo y de la distancia y a pesar de no contar con los auxiliares tecnológicos de esta época. Yo creo que eso fue algo heroico; por lo general sobreviven tres o cuatro amistades de aquellos días, tal vez 5 o un poco más, pero el caso de nosotros fue distinto.


La primera vez que nos reunimos después de concluir la secundaria fue en 1998, volvimos a encontrarnos cerca de 90 de aquellos compañeros. Fue una delicia volver a verlos y saludarlos y recuperar el ambiente jovial y despreocupado de la secundaria. Muchos no nos habíamos vuelto a ver desde aquellos días de la escuela, pero fue como si no hubiesen pasado los años, como si apenas un día antes nos hubiésemos visto en la clase de la maestra Ramona Zetina.


A partir de ahí, hemos organizado otras dos reuniones, en la última de ella nos reunimos casi 120 ex compañeros (algunos de ellos portando nuevamente el uniforme escolar) y tuvimos el gusto de tener la compañía del maestro Oscar “El teacher” Loria, quien fuera nuestro subdirector, además de algún colado de otra generación que se dejó contagiar del gusto por recuperar un fragmento de aquel tiempo.


Independientemente de esos encuentros, un grupo de 15 más o menos, nos reunimos con cierta frecuencia a platicar, festejar cumpleaños, reír, bromear, relatar logros, penas y andanzas y planear nuevos encuentros; pero sobretodo, a celebrar la dicha de estar juntos y de poder seguir siendo amigos a pesar de tantos ayeres y de tantos caminos recorridos.


El pasado mes de junio, se ajustaron 30 años de haber egresado de la Prevo, desafortunadamente y por inconvenientes propios de la vida laboral y familiar, no tuvimos la oportunidad de celebrarlo juntos, como estoy seguro, todos hubiésemos querido. Sin embargo, no perdemos la esperanza y las ganas de poder realizar un encuentro en el mes de diciembre o en el próximo año o en cualquier otro momento.


Lo importante es volver a estar juntos y nuevamente disfrutar la alegría de aquellos años, recordar los juegos, los apodos, bromas y anécdotas que han ido entretejiendo nuestras vidas y dándole un nuevo sentido a la amistad y al compañerismo que surgió en un instante de la vida en que por casualidad coincidimos en la misma escuela y en el mismo tiempo.


Hemos perdido a algunos compañeros de la generación, ellos corrieron más rápido que nosotros y llegaron antes a la meta final, siempre los recordamos. Muchos otros todavía están aquí pero no sabemos dónde. Ojalá lean este artículo y entren en contacto con nosotros, nos dará mucho gusto reunirnos con ustedes y recordar juntos aquel tiempo de secundaria.

Mientras llegan esos días, queda permanente y patente mi reconocimiento y afecto a todos los que compartieron conmigo la generación dorada del 76-79 en la Prevo. Desde estas páginas los abrazo y saludo y les deseo mucha suerte, salud y felicidad en sus vidas.