domingo, 31 de mayo de 2009

14. Navidad, siempre navidad

Publicado el 24 de diciembre de 2008


A mi abuela, hermoso árbol lleno de frutos y bendiciones


Si, ya está aquí la navidad, y llegó con su enorme carga de buenos deseos, de mensajes de amor, paz y dicha, con felicitaciones sinceras y regalos, con familiares y amigos que se reencuentran y abrazan. Con un cargamento de sentimientos que surgen y chocan y salen despedidos hacia destinos opuestos. Llegó la navidad, la eterna navidad, la que entrega su mensaje de profunda espiritualidad, de reflexión y perdón, la navidad que reúne y mantiene viva la emoción y la inocencia.

Y cuando hablamos de la navidad, casi sin querer viene a nuestra mente el recuerdo de todas las navidades vividas: las más alegres, la de los mejores regalos, la que reunió a toda la familia, aquella en que no paramos de reír, la del tío Luis que disfrazado de Santa Claus entregó regalos a los primos y alegría a todos.
Y también, sin darnos cuenta, llegan a nuestra memoria las navidades más tristes, aquella en que nos sentimos afligimos por los que se fueron, o aquella otra, cuando evocamos situaciones y compromisos que dejaron de existir; y las navidades que tuvimos que pasar lejos del hogar y la familia.

La navidad es así, siempre llena de sentimientos encontrados, es la alegría y la nostalgia, el reencuentro y las despedidas, la reunión y la soledad; La navidad es una mezcla de emociones que nos llevan hacia todas partes pero que finalmente nos conducen y acercan hacia las personas que más amamos, hacia caminos de gratitud y perdón, de paz y armonía, hacia el rescate de las cosas más valiosas que atesoramos en el corazón y que generosamente entregamos en esta época.

Podemos decir que la navidad es un sentimiento, distinto a todos, mejor que todos tal vez, pero por encima de ese sentimiento, está el mensaje de amor de la navidad; el mismo mensaje que se ha repetido cientos de veces durante dos mil años pero que no deja de ser nuevo, actual, vigente en el tiempo, que muchas veces no queremos escuchar pero que siempre está presente como una llamada de atención, como un recordatorio de lo que somos y lo que deberíamos ser.

La navidad nos habla de la encarnación del Hijo de Dios, el Verbo hecho carne y habitando entre nosotros, Dios presente en medio de la humanidad a través del Hijo, ese es el mensaje que debemos dar y recibir, esa es la Buena Nueva, ese es el anuncio. La interpretación es íntima es personal, es un llamado al espíritu, un susurro al oído, un clamor apagado pero que lucha por ser escuchado.

Por ello, debemos darnos un tiempo a la reflexión, para identificar el mensaje único que la navidad trae para cada uno de nosotros, para encontrar las respuestas, los significados, el sentido místico que se nos ofrece, para descubrir la voluntad divina que debemos transformar en práctica congruente, en hechos concretos, en plan de vida.

La navidad es una ocasión ideal para recibir como un regalo el mensaje de amor y esperanza que emana del nacimiento de Cristo, para convertirnos en un pesebre viviente donde renazcan sentimientos positivos, intensiones buenas, actitudes nuevas. Donde se propicie y facilite el reencuentro con lo mejor de nosotros mismos y podamos proyectarnos amorosa y generosamente a nuestros semejantes, donde podamos redescubrir las cosas que le dan valor, sentido y dirección a nuestras vidas, donde podamos amar, soñar, compartir, renovar esperanzas y realizar nuestras ilusiones.

La navidad, es el espacio para recordar nuestros mejores años de la infancia, el mejor tiempo de nuestra inocencia, la que nos llevó a hacer y rehacer muchas veces la carta a Santa y nos inducía a portarnos bien ante el temor de no recibir regalo alguno, la que hizo que Juan viera a los verdaderos Santos Reyes, de turbante y túnica oriental, dejándole juguetes, la que brilló en los ojos de Mildred al pensar que era el verdadero Santa Claus el que descubrió en el portal de una casa en el barrio de San Román.

La navidad, siempre la navidad, la que hace revivir los recuerdos y las emociones que nos acercan a los familiares y amigos que están en la distancia, la que hacer surgir de muy adentro los mejores deseos de felicidad, amor y bienestar, la dulce y alegre navidad que llega y se nos ofrece para disfrutarla y vivirla en la sencillez e intimidad de la familia y de las personas que están tan cercanas a nuestros afectos. La de la solidaridad, la de todos los colores y todos los sabores, la de la alegría y la nostalgia, la de sentirnos en paz con Dios.
Por todo eso, mi deseo es que el mensaje de la navidad haga renacer los viejos anhelos de paz y amor, dicha y prosperidad y los mantenga renovados de esperanzas y vigentes en el tiempo; y que el dulce niño Jesús nazca en sus corazones llenando de luz, alegría y bendiciones su hogar durante el año venidero.

13. Acerca del perdón

Publicado el 23 de diciembre de 2008




Que importante, necesario y fundamental es perdonar, los beneficios trascienden más allá del ámbito de las relaciones humanas y se internan en lo puramente espiritual. Perdonar es un acto de beneficio personal y un requerimiento para vivir la navidad en forma plena dado que prepara los escenarios interiores que facilitan el nacimiento de sentimientos positivos en los seres humanos.

En anteriores entregas he mencionado la necesidad de disponernos espiritualmente para celebrar las fiestas navideñas, esta preparación pasa necesariamente por reflexionar acerca del estado que guardan nuestras relaciones personales, por la construcción de familias sanas y llega hasta el ejercicio vital de perdonar, esto es, liberarse de odios y disponer de un espíritu limpio que nos prepare para recibir a Jesús en nuestras vidas.

Debo mencionar que no puedo aportar una definición de perdón que atrape todos los sentimientos y las emociones que encierra el acto mismo, en su lugar transcribiré un pequeño párrafo con el que tropecé en internet y cuyo autor no es citado, en dicho texto se afirma que perdonar no significa olvidar o negar las cosas dolorosas ocurridas, pero representan una afirmación de que las cosas malas que nos sucedieron no arruinarán nuestro presente, aún cuando hayan arruinado nuestro pasado.

En este sentido y entre todas las particularidades y generalidades tan distintas e irregulares que a menudo inundan mi correo electrónico, recibí una presentación que se ajusta perfectamente al tema en cuestión, en ella se menciona a un personaje que con el afán de vengarse de alguien que lo había agredido, cargaba en su mochila una enorme piedra la cual arrojaría a su ofensor en la primera oportunidad que se le presente.

Días y noches, durante 20 años, llevó sobre sus hombros la mochila con la piedra en ella, la llevaba a todos lados, caminaba con dificultad por el peso de aquel enorme guijarro. Cuando se presentó la ocasión, se dio cuenta que ya no tenía sentido alguno cobrar la venganza, se deshizo de la piedra y caminó liberado de esa carga.

La historia de este personaje puede ser la historia de muchas personas, y el problema se hace más grave porque en muchas ocasiones no es solo una piedra la que cargan en sus mochilas, son toneladas de piedras llevadas sobre los hombros que representan todo un cargamento de rencores, odios, insatisfacciones, resentimientos y deseos de venganza acumulados a lo largo de sus vidas.

¿No sienten el peso enorme sobre sus hombros? ¿No sienten la necesidad de liberarse de esa carga? ¿No sería preferible caminar más ligero, desprovistos de pesos innecesarios, de incomodidades y lastres? Porque además esa mochila es intransferible y nadie puede ayudarnos a cargarla.

Si, es cierto, perdonar no es fácil, pero es necesario y fundamental para el bienestar y la armonía emocional de las personas. Perdonar ayuda a mantener el equilibrio íntimo, a recuperar la paz interior y el optimismo y finalmente, a ser un poco más felices.

Perdonar depende de la buena voluntad, del deseo, de la disposición personal para dejar ir aquello que ha hecho daño en algún momento, se trata de soltar el odio, de liberarse del rencor y el resentimiento que nubla la razón, que envenena el corazón. Perdonar aleja de nuestras vidas los sentimientos aciagos y la energía negativa.

El acto de perdonar no surge de manera natural y espontánea en las personas, a veces es un acto heroico, un esfuerzo valiente para alejar los resentimientos y la tentación de vengarse, es hacer uso de la fortaleza moral para decidir hacer el bien y por consiguiente apartarse de hacer el mal.
Por otro lado, perdonar no significa reconciliarse, la reconciliación exige que dos personas que se respetan mutuamente, se reúnan de nuevo, en cuanto al perdón, es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella. Se puede perdonar sin reconciliarse.

Perdonar aleja los sentimientos hostiles y negativos y favorece la recuperación emocional, propicia el reencuentro con la capacidad de confiar, mejora la salud física, mental y emocional, hace crecer y madurar, libera las mentes y corazones de rencores, odios y resentimientos.

¿Necesita más ventajas para perdonar? Añadiremos entonces que perdonar libera energía positiva que se puede invertir en general beneficios personales, mejora nuestras relaciones con las personas y con nosotros mismos, libera del dolor del pasado, se toman mejores decisiones personales, y finalmente y quizás más importante, se propicia el crecimiento espiritual y acerca a las principales enseñanzas de Jesús. Por todo lo anterior es fácil deducir que ejercer la acción de perdonar trae más beneficios para el que perdona que para el que es perdonado.

Para vivir una navidad plena y auténtica es preciso potencializar la capacidad de perdonar, de absolver a todos los que consiente o inconscientemente nos han hecho daño, dispensar a las circunstancias que no nos han sido favorables, perdonarnos a nosotros mismos por todos los errores que hemos cometido y por todas las oportunidades desperdiciadas, por las veces en que no fuimos todo lo buenos que necesitábamos ser y por las ocasiones que nos dejamos ganar por nuestras bajezas humanas.
La navidad requiere de un espíritu libre de rencores y odios, de un renovado afán por alcanzar nobles sentimientos, de corazones puros que convertidos en latientes pesebres faciliten el nacimiento de la paz y el amor, de la justicia y la bondad. La navidad exhorta a construir un escenario interior limpio, confiable, placentero, en donde el Jesús de todos los tiempos pueda nacer, vivir y reinar.

12. La familia saludable

Publicado el 17 de diciembre de 2008



A Mildred, Andrea y Edoardo. También
para Juan, Maricela e Ileana

Mucho se ha hablado acerca de la familia y de los innumerables beneficios que trae consigo el cuidarla y protegerla, pero en este tiempo que nos acerca a eventos tan importantes y cálidos como lo es la navidad, valdría la pena hacer una revisión de las condiciones en que se están dando las relaciones al interior de ellas y vislumbrar las características idóneas que nos permitirán la construcción de familias saludables.

Haciendo un rápido balance de la actualidad, podemos darnos cuenta que los últimos tiempos han empujado a una profunda crisis de valores a la sociedad en general y a las familias en particular. Podemos culpar a lo que ustedes quieran: pérdida de tradiciones y costumbres, influencia negativa de los medios de comunicación, deficiencias en la educación de niños y jóvenes, alejamiento continuo de normas de carácter religioso y muchas causas más. En realidad, me parece que es la suma de todo lo anterior.

Las consecuencias son múltiples y muy variadas, desde trastornos emocionales del individuo y falta de identidad social y cultural (lo que puede estar generando el surgimiento de etnias urbanas) hasta la desintegración del núcleo familiar y la formación de modelos alternos de familia.

Dada la situación anterior, conviene preguntarnos ¿Cómo se están dando las relaciones entre los miembros de nuestras familias? Si están mal, ¿Cómo podemos mejorarlas? Si están bien ¿Cómo enriquecerlas y hacerlas mucho más benéficas para todos? ¿Cómo impulsar el establecimiento de relaciones sanas y armónicas en la familia? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para construir una familia saludable?

La búsqueda de respuestas a las anteriores interrogantes me llevó a realizar una pequeña investigación en Internet, a continuación expongo las conclusiones de la misma.

Inicialmente es necesario establecer una definición de familia, para ello me voy a alejar un poco de los tradicionales conceptos que usamos en la escuela y diré que una familia es (o debe ser) una comunidad basada en el amor y la solidaridad de sus miembros. Esto significa que deberemos encontrar las afinidades y coincidencias que nos impulsen a estar juntos porque queremos y necesitamos estarlo, y que es en los familiares donde debemos hallar el apoyo y motivación para superar dificultades y la compañía ideal para compartir éxitos y alegrías.

Si vivimos en el seno de nuestras familias el amor y la solidaridad, en toda su amplia gama de posibilidades y expresiones, nos estaremos acercando a lo que significa tener una familia saludable, la cual sería aquella que logra establecer un entorno físico y de relaciones familiares que favorezca el desarrollo integral de todos sus miembros.

De acuerdo a la anterior definición, considero que las características concretas que identifican a una familia saludable son las siguientes:

Preocupación permanente por la salud física, mental y emocional de cada uno de sus miembros. Esto implica interesarnos por los cambios según la edad y etapa de desarrollo, la realización de controles médicos periódicos y oportunos y estar atentos a ideas, sentimientos, emociones, amigos, intereses, actividades físicas, profesionales, culturales o artísticas de cada uno de los que conforman nuestro núcleo familiar.

El diálogo permanente es fundamental. En este punto debemos esforzarnos para lograr una comunicación positiva, clara, directa, continua y enriquecedora, que se constituya en un camino multidireccional por donde fluyan no solamente indicaciones y saludos, sino también los sentimientos, anhelos, temores y angustias de todos y donde se propicien los espacios adecuados para conversar en familia.

El respeto es otra característica de las familias saludables, no se trata solamente de respetar a la persona misma, sino también sus opiniones y sentimientos, sus pertenencias y valores, así como respeto a su privacidad y decisiones (siempre que estas sean acordes a la edad de la persona y no pongan en riesgo la armonía y la integridad de la familia).

Otro punto importante consiste en la creación de ambientes alegres y positivos, que inviten a quererse, amarse y respetarse, que permitan una convivencia sana, edificante y grata. Debemos lograr que nuestros hogares se conviertan en un refugio amigable, un lugar al que todos desean llegar porque se sienten cómodos, a gusto, en casa; y donde surjan de manera espontánea las expresiones de amor concretas y explícitas, donde nos sintamos queridos y que ese amor nos sea comunicado de manera continua y evidente.

Por otra parte, los miembros de las familias saludables se dan tiempo para convivir, se divierten y ríen juntos, juegan, comparten experiencias, celebran unidos y se esfuerzan por preservar sus momentos especiales y las tradiciones familiares y siempre encuentran los motivos para regocijarse y para mantenerse unidos.

Indiscutiblemente la presencia de Dios va a llevarnos con toda seguridad a la creación de familias sanas. Dios es la fuente de amor auténtico y genuino que nutre los corazones humanos y permite crecer en la fe, el amor y en la permanencia en los valores que mantienen unidas, sanas y comprometidas a las familias.

Finalmente es importante considerar que la vida familiar no es estable, sino que está en constante cambio. En consecuencia, una familia saludable debe lograr una adaptación exitosa a los desafíos que se le presentan, superando los problemas y dificultades y luchando siempre por conservarse unida y en crecimiento.
Las características para proporcionar salud a las familias están al alcance de todos, no se ve dificultad alguna. La opción para estos tiempos de espera para la celebración navideña es revisar nuestras relaciones familiares y encontrar los caminos y acuerdos que nos lleven a construir una familia sana, la alternativa es deseable para todos y podemos empezar en el momento en que nos lo propongamos.

11. un tiempo de esperanza

Publicado el 3 de diciembre de 2008



Ya los tiempos cambian, las noches se hacen frías y el ambiente se torna cálido, se percibe la proximidad de la navidad y la tradición indica que es momento de prepararnos. Pero no voy a referirme a comprar adornos, regalos o cena, sino a la disposición espiritual que se requiere para vivir en forma plena la navidad.

En esta época es muy característico pensar: ¿Cómo vamos a celebrar el día de Navidad? ¿Con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿Qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene ningún sentido si no consideramos las razones que le dan sentido a la navidad. Y no estoy diciendo que esté mal hacer fiestas y dar regalos, para nada, esas son manifestaciones culturales que representan la alegría de vivir esta temporada, pero insisto, no debemos perder de vista quién es el festejado y qué es lo que estamos celebrando.

Por un lado la navidad recuerda el nacimiento de Jesús de Nazaret, es decir, la encarnación del Mesías. Por otro lado, reaviva la esperanza de una llegada definitiva de Jesús a la tierra para dar a cada quién su recompensa según sus obras. Por estas razones, toda la celebración navideña gira en torno a Jesús, el de ayer, el de hoy y el que vendrá.

Esto significa que la navidad, necesariamente requiere de un tiempo de preparación espiritual y moral y la disposición para recibir y aceptar la llegada de Jesús; un tiempo de reflexión que nos debe llevar a reconsiderar nuestra forma de existir, las actitudes y la manera como nos estamos relacionando con las personas que forman nuestro entorno afectivo y social.

Y no se trata solamente de recapacitar atenta y cuidadosamente acerca de nuestro comportamiento, sino también de adquirir la voluntad de cambio en nuestras vidas. Un cambio que nos conduzca a una mejor realización personal, un desarrollo moral sostenido, reparar lo que estamos haciendo mal, estrechar nuestra relación con las personas y renovar el compromiso con Dios.

Esto significa que la preparación para la navidad no solo implica analizar lo que hemos sido, sino también hacer una proyección de lo que queremos ser en el futuro, diseñar un plan de vida que nos convierta en mejores seres humanos y nos acerque en forma permanente y definitiva a Dios.
En este sentido, necesitamos darnos cuenta que Dios siempre viene a nosotros, reconocer que solamente a través de Él podemos obtener la salvación. En la medida que comprendamos y aceptemos esta realidad, aumentará nuestra disposición a recibir a Dios y permitir que guie y norme nuestras acciones.

Prepararnos para recibir la navidad, es mucho más que arbolitos, focos, esferas y regalos, es el renacimiento de nuestros anhelos de felicidad y paz, la esperanza por una nueva llegada de Dios, la conversión y el compromiso que representa aceptar su presencia transformadora en nuestras vidas Es la época propicia para reconciliarnos con quienes debamos hacerlo, de enderezar los caminos y de disfrutar la alegre experiencia de Dios.

10. A correr riesgos

Publicado el 25 de noviembre de 2008


A veces es preciso, fundamental y vital tomar riesgos, a veces es necesario vivir la emoción de arriesgarse, pasar de espectador a protagonista de tu propia película de acción y disfrutar la emoción, la aventura y las recompensas que genera el explorar tus propios límites y llegar hasta donde no habías llegado jamás, y con ello, construir las experiencias y los recuerdos que te adornarán y te harán sonreír el resto de tu vida.

Hay personas que les gusta correr riesgos, que se acostumbran a vivir en la frontera del peligro exponiendo en muchas ocasiones su integridad física e incluso su vida. Esto los lleva a la práctica de deportes extremos, a vivir la emoción de arriesgar la piel en cada suerte y a exponer al máximo sus habilidades.


No es mi caso, de verdad que no lo es, he dicho en muchas ocasiones que soy un enemigo de la adrenalina, que mi opción siempre han sido las emociones sosegadas, los nervios tranquilos y mirar desde la baranda. Pero en determinados momentos de la vida, me he arriesgado a correr riesgos y lo he disfrutado.


Si, pude haber permanecido sentado en la entrada de aquella caverna o en la orilla de aquel barco, nada me obligaba, nada me forzaba. Pero de haberme quedado ahí, nunca habría disfrutado la experiencia de explorar la obscuridad de esa gruta, nunca habría disfrutado la experiencia de contemplar el fondo del mar y nunca habría disfrutado la experiencia de conocer mis alcances y las fronteras de mis destrezas, aunque sea solo por unos momentos. No atreverme por falta de seguridad, por no saber o por miedo hubiese sido verdaderamente frustrante y perjudicial para mí.


Es cierto, tuve miedo, sentí angustia y deseos inmensos de echarme para atrás y permitir que los demás avancen sin mí. Pero después de sopesar el peligro y medir las amenazas, pude sobreponerme y encontrar las fuerzas internas que me impulsaron a vivir y gozar de experiencias nuevas y desconocidas, que me llevaron paso a paso, brazada a brazada, a conseguir un auténtico triunfo que hoy ilumina las carteleras de mis cines personales y se publica a ocho columnas en mis periódicos imaginarios.


Sé que algunos dirán que no he hecho nada aún, que existen miles de montañas, mares, cavernas, selvas, desiertos y caminos por explorar, que hay cientos de retos y peligros por vencer. Es verdad, pero todas esas aventuras se las dejo a ellos y a los que vendrán. Yo me quedo con mis pequeñas (si así desean calificarlas) pero grandes victorias que hoy me hacen sonreír y mañana presumiré y exageraré ante mis nietos.


Pero esto último no representa el único beneficio de vencer los retos personales, hay una satisfacción profunda y auténtica, un sentimiento sereno de haber cumplido una misión, una tarea, un objetivo; una sensación extraña pero grata de saberse capaz de vivir y vencer un desafío que decidí tomar en un momento de mi vida, una alegría válida y cierta que llena una parte importante de mi universo interno. La dicha de haber vivido y disfrutado una experiencia que ya nadie me quita.


Debo reconocer y dejar en claro que no soy un loco de ocasión, no soy de los que saltan del avión y luego revisan el paracaídas, de los que retan al peligro con una venda en los ojos. No, nada de eso, en ambos casos fueron riesgos controlados, supervisados cuidadosamente, haciendo todo lo posible por minimizar los posibles daños (a mí persona y a los que venturosa y afortunadamente me acompañaron) vigilando cada paso, calculando cada momento y batallando siempre con el control de las emociones que por instantes se me desbordan y me amenazan.


Yo no sé cuando es el mejor momento para arriesgarse, no sé cómo prepararme para la próxima aventura, ni siquiera sé si habrá una nueva oportunidad de correr riesgos, pero sé que cuando el momento llegue me lanzaré con alegría y cautela, con optimismo y deseos enormes de alcanzar nuevas posibilidades y nuevas satisfacciones. Si fracaso al menos sabré que lo intenté y que di mi mejor esfuerzo, y entonces tendré una experiencia más, un conocimiento nuevo, sabré como no deben hacerse las cosas.



Correr riesgos controlados mantiene vivas a las personas, nos permite acumular recuerdos, sensaciones y satisfacciones. Correr riesgos controlados nos conduce a experimentar, probar, equivocarnos, aprender, vivir y sentirnos plenos y felices. Correr riesgos controlados nos convierte en protagonistas de nuestros propios recuerdos, de nuestra propia historia.

9. El placer de escribir cartas

Publicado el 16 de noviembre de 2008
A Geor

Yo soy de aquellos que disfrutan el placer de escribir cartas, yo soy de los que se alegran al recibirlas y se deleitan al leerlas. Siempre han existido cartas en mi vida, cada etapa ha estado matizada por sentimientos y deseos expresados en una carta. Es cierto, últimamente uso más el correo electrónico, pero el gusto de escribir a mano y de plasmar las ideas en papel siempre sobrevivirá en mí..

En estos tiempos, en que podemos llevar la tecnología de última generación en la palma de la mano, escribir cartas puede ser considerada una actividad añeja. La tecnología nos alcanzó y en muchos casos nos rebasó. El correo electrónico tiene un carácter de inmediatez que no deja de sorprendernos, aún a los que lo usamos diariamente.

Aún así, yo soy de los que todavía escriben cartas, de los que disfrutan el arte de comunicarse a puño y letra. En cuestión de cartas he sido muy productivo, en mi juventud tuve amigos por correspondencia, en el renglón de cartas de amor fui pródigo y extenso, y finalmente, gracias al correo tradicional he podido establecer vínculos que se extienden hasta los Buenos Aires y que se materializan como una amistad larga, compartida, valiosa, cercana, cálida y afectuosa.

Cuando escribo una carta disfruto paso a paso todo el proceso, desde crear el escenario propicio, preparar el café, elegir la música y las hojas, hasta escoger la pluma que utilizaré para escribir. Para mí el momento justo son las últimas horas de la noche y las primeras de la madrugada, le doy un sorbo al café y el viaje comienza.

En mi mente siempre está el destinatario de mi carta, pienso que está sentado frente a mí y me acompaña con su taza de café. Imagino que en vez de comenzar a escribir voy a iniciar una plática. Al principio la escritura es lenta y suave, poco a poco se hace más rápida e intensa, hasta que llega el momento en que la redacción se vuelve tan natural como la plática misma; escribo como hablo, con taches, formas y vueltas, peligrosamente con los mismos vicios y malas palabras, pero eso no importa mucho, porque mi destinatario me conoce y me entiende.

En mis cartas no hay planeación del escrito, no hay estructura. Escribo libre, en el orden en que fluyen las ideas, como se vayan presentando las imágenes que quiero describir; entonces las hojas se van llenando de narraciones y anécdotas, de relatos y cuentos, de ocurrencias, bromas, chistes y hasta de peladeces o cosas sin sentido. Entonces, sin darme cuenta, voy dejando en el papel retazos de mi propia vida, fragmentos de mi historia, de lo que fui, de lo que soy y de lo que quiero ser.

Yo creo que escribir cartas es una forma de comunicación muy personal, muy íntima y profunda, quizás porque el sobre y las hojas han estado en las manos de quien escribe y de quien lee o porque podemos conocer las particulares formas con que dibujamos cada letra. Tal vez por los detalles que acompañan a la carta o por las razones que sean, no importa, lo cierto es que una carta me genera una cantidad enorme de emociones y sensaciones que no encuentro en un mensaje de correo electrónico.

Por eso las cartas que recibo las guardo en un espacio particular (en donde se guardan las cosas cercanas a los afectos) y por eso los correos electrónicos, después de algún tiempo, se van a la papelera de reciclaje.
Estoy completamente convencido de que los correos electrónicos transmiten palabras pero las cartas están llenas de vida, entran a tu casa, ocupan un espacio visible y tangible, por eso son atesoradas y conservadas en el tiempo, por eso nos alegra enviarlas y nos entusiasma recibirlas. Por todo eso es que nunca dejaré de escribir cartas, por el simple gusto de escribir a mano.

8. Calidad de vida

Publicado el 9 de octubre de 2008
Hablar de calidad en estos tiempos, es hablar de un tema que genera una preocupación y un esfuerzo constante para todas las empresas e instituciones serias del mundo, pero en estos tiempos de crisis de valores y problemas continuos en las relaciones interpersonales, se hace fundamental y necesario hablar de calidad humana, de mejora continua de nuestros procesos personales para que, a partir de ahí, sentemos las bases para la construcción de una mejor sociedad para todos.

Las empresas de hoy, se preocupan por cumplir con dos tipos de objetivos, los que le dan sentido como empresa y los que se generan a partir del compromiso establecido con la comunidad en la que están inmersos. Para ello, se aplican en introducir metodologías de mejora de calidad a sus procesos y sistemas para perfeccionar los productos y servicios que producen.
Al mismo tiempo, se busca consolidar una cultura de calidad que genere trabajadores comprometidos con la misión, visión y valores de la empresa. En otras palabras, se pretende mejorar la forma como se hacen las cosas y que el trabajador cambie su actitud con relación a su trabajo, esto es, que se esfuerce voluntariamente por hacer bien sus tareas.

¿Podríamos aplicar la metodología de calidad empresarial a nuestra vida diaria? Yo creo que sí. Empecemos por definir calidad, para ello tomaremos uno de los conceptos más sencillos: satisfacer plenamente las necesidades y expectativas de los clientes. Estamos hablando entonces de cumplir todos los requisitos y exigencias de un cliente en el instante en que éste nos presenta sus carencias y sus esperanzas de obtener, realizar o conseguir algo que nosotros producimos; un cliente es toda persona que se beneficia con el trabajo que realizamos.
Traducido al ámbito personal, iniciaríamos por determinar, de acuerdo con los distintos roles que desempeñamos en nuestra vida, quiénes son nuestros clientes. Quiero decir, quiénes son las personas que se benefician cuando trabajo o desempeño el rol de papá, quién cuando soy esposo, hijo, hermano, amigo, vecino y tantos clientes como roles ejecute en la vida. A partir de ahí, determinar las necesidades y expectativas reales, verdaderas y auténticas que tienen cada uno de estos clientes en función al rol que desempeño.

Esta determinación debe ser exacta y honesta, si no tenemos claras esas necesidades y expectativas habría que preguntarles a ellos, porque recuerde, no son las necesidades que nosotros suponemos que tienen (esa sería una posición muy cómoda) sino los requerimientos establecidos por los propios clientes. No pierda de vista que las necesidades de los clientes cambian en el tiempo y por tanto deberemos mantener actualizado este conocimiento en forma permanente.

Una vez que tenemos establecido quienes son nuestros clientes y cuáles son sus necesidades, tendríamos que iniciar un ejercicio reflexivo para determinar a través de qué acciones específicas estamos dándoles satisfacción. Esta deberá ser una tarea honesta, no se asuste si descubre que hay necesidades cubiertas en forma parcial o de plano no cubiertas para algunos o para muchos de sus clientes. Aquí se trata de descubrir cómo estamos realizando nuestro trabajo, si nos damos cuenta que no estamos desempeñando adecuadamente alguno de nuestros roles, entonces tendremos que aplicar acciones correctivas en forma inmediata.


Tenemos que considerar igualmente, las quejas y reclamos de nuestros clientes, estas se presentan de múltiples formas, pueden ser expresadas abiertamente o en forma tácita, incluso algunas actitudes pueden representar algún grado de insatisfacción de ciertos clientes. Las quejas deberán ser atendidas, discutidas y aclaradas con los afectados, en su momento y si la queja resultase procedente, se deberán implementar acciones para darles una adecuada solución y asegurarnos que no se presenten nuevamente.

Es preciso diseñar un programa de mejora de la calidad para cada uno de nuestros roles de vida, para ello es importante determinar los objetivos que queremos alcanzar y traducirlos en acciones muy concretas, con fechas de inicio y término que se deberán cumplir, el responsable de llevarlas a cabo será invariablemente usted. Defina los recursos que necesitará para cumplir este programa e impleméntelo, controle los plazos y realice ajustes cuando sea necesario. Al finalizar revise el cumplimiento de los objetivos.

Ahora haga una medición de la satisfacción del cliente, pregúnteles si están contentos, si les gustan las nuevas acciones y términos establecidos, pida sugerencias. Revise si han surgido nuevas necesidades. Utilice toda esta información para tomar decisiones con relación a nuevas acciones de mejora. Esté atento a los cambios y prevenga cuando sea necesario.


Los programas de mejora de la calidad personal, pueden desarrollarse paralelamente con programas de mejora de la calidad familiar, en este caso se deberán considerar procesos de administración del gasto familiar, rendimiento escolar, orden y limpieza, comunicación, relaciones interpersonales y tantos procesos como la situación lo amerite.

Finalmente, recuerde que la calidad es una cuestión de actitud, si usted quiere puede cambiar y mejorar la forma en que se relaciona con los demás; si no se le da la gana de mejorar sus relaciones personales y familiares, no hay nada ni nadie que pueda obligarlo a hacerlo, si esto último fuese el caso, deberá considerar los riesgos y las consecuencias de la pérdida de clientes en sus distintos roles de vida.
Aplicar programas de mejora de la calidad en nuestro ámbito personal es una decisión muy importante y necesaria, desarrollar las tareas establecidas requiere de constancia y esfuerzo, inspiración y transpiración. Pero todo ese trabajo se verá recompensado al notar cambios positivos en los procesos que usted desempeña como padre, esposo, hijo, hermano, amigo o vecino y como éstos cambios impactan favorablemente en su propia satisfacción y en la de las personas que están en su entorno afectivo.

Si todos nos esforzamos por mejorar, empezaremos a impulsar un cambio cultural en nuestras familias y en la sociedad, un cambio que se traducirá en mejores niveles de vida, mejores interacciones personales y mayores estándares de convivencia sana, pacífica y provechosa entre todos. La calidad nos conduce a ese cambio dirigido, con sentido y dirección. La calidad es una tarea de todos y nos beneficia a todos.

7. Compromiso ciudadano

Publicado el 27 de octubre de 2008

Somos nosotros. Sí, eres tú, soy yo, son ellos, somos todos nosotros los que de muchas y variadas maneras hemos conducido a la sociedad hacia la irresponsabilidad cívica. Ofrecer sobornos, hacer trampas, tratar siempre de sacar ventaja, tirar basura en las calles, transar a quien se pueda o deje, no respetar las normas y reglamentos, intentar siempre darle la vuelta a los procedimientos establecidos.



Estas parecen ser las características de nuestra cultura. Los ejemplos nos brincan en cualquier parte, a tal grado que hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante el descaro y la falta de urbanidad de nuestros contemporáneos.


Ante este problema pareciera que no queda otro remedio que seguir “fastidiando al de adelante porque atrás te vienen fastidiando”. ¿Debemos resignarnos a ello? Yo creo que no. El reto es rescatar los valores cívicos, educar en urbanidad y cortesía como métodos para preservar nuestras más puras, antiguas y tradicionales valores sociales.




Por alguna extraña razón los mexicanos, y particularmente los campechanos, tenemos una clara tendencia a no respetar las normas, trátese de las que fueren: de tránsito, laborales, escolares, disciplinarias, etcétera. Mencione un reglamento y con seguridad tendremos un claro ejemplo de cómo “darle la vuelta”. Hasta tenemos un dicho: “Las leyes se hicieron para ser violadas”.




En nuestras calles no es extraño ver autos estacionados en lugares no permitidos, conductores cruzándose impunemente la luz roja del semáforo, circulando con placas vencidas o de plano sin ellas. Personas arrojando basura a la calle desde sus automóviles, no usando cinturones de seguridad, conduciendo al mismo tiempo que ingieren bebidas alcohólicas, hablan por teléfono celular o con niños o mascotas en el regazo.



Es común ver personas que se saltan en “la cola” pasando por alto a las que estaban formadas previamente. Otras que se valen de influencias para proveerse de algún producto o servicio que normativa y correctamente les ha sido negado y algunos más, haciendo hasta lo imposible por no pagar impuestos u otras obligaciones establecidas.



Me da la impresión que quisiéramos reglamentos a modo, que se ajusten a nuestras prisas, humores, estados fisiológicos o celebraciones. Esto sencillamente no puede ser, sólo conduciría a la anarquía y desde ahí, sólo queda un paso para regresar a la ley de la selva.



Esta situación se agrava dado que en numerosas ocasiones nos acompañamos de nuestros hijos cuando flagrantemente violamos las normas y reglamentos establecidos por la autoridad y el mal ejemplo permea en ellos. Los niños se familiarizan con estas faltas, crecen desarrollando la habilidad para pasar por alto los dictámenes establecidos porque piensan que la inteligencia y astucia es proporcional a las leyes impunemente no respetadas. Esta es por desgracia, una parte de la educación que no descuidamos, por lo contrario, nos esmeramos y con particular cuidado aconsejamos y demostramos a los chicos cual es la mejor forma de incumplir reglamentos sin que nadie te lo pueda comprobar.



Y si para nuestra desgracia, nos atrapan, siempre queda el recurso de ofrecer el soborno a las autoridades correspondientes. Eso también lo aprenden los niños desde temprana edad y lo aprenden bien. Todo lo anterior hace que esta sociedad se convierta en una extraordinaria productora de personas que no tienen el menor cuidado y respeto por el derecho de los demás. Yo creo que nosotros y nuestras familias no merecen vivir en una sociedad así.




Lo curioso de esto es que los mismos ciudadanos que exigimos transparencia y honestidad a nuestros gobernantes, cuentas claras en los ejercicios presupuestales, correcta aplicación de los impuestos y respeto a nuestros inalienables derechos ciudadanos, somos los mismos que tratamos por todos los medios posibles de caer en la desobediencia civil al no pagar tenencia, servicios públicos y otras contribuciones ciudadanas a las que estamos obligados por ley. ¿Otra vez leyes a modo? ¿Respeto irrestricto a mis derechos e incumplimiento pleno de mis obligaciones ciudadanas?



Ante esta situación, se torna urgente la necesidad de retornar a los valores primarios del civismo y la urbanidad. El civismo se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en colectividad. Se basa en el
respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos públicos; Se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad respetando y teniendo consideración por el resto de los individuos que componen la sociedad. El civismo implica cuidado y esmero por las instituciones e intereses de la patria y el Estado.



La urbanidad son una serie de pautas de comportamiento que se deben cumplir y acatar para lograr una mejor relación con las personas con las que convivimos y nos relacionamos. Las reglas de urbanidad nos enseñan a ser metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes sociales, a ser atentos, respetuosos, corteses, amables y tolerantes con los demás.


Por ello, celebramos que la Secretaría de Educación Pública retome la impartición del civismo en las primarias a partir del ciclo escolar 2008-2009. El objetivo es impulsar la construcción de personas capaces de conducirse con honestidad y apego a las leyes, que ejerzan su libertad con responsabilidad, basados en el sentido de la justicia y de la solidaridad.


Pero todo ese esfuerzo será completa y absolutamente nulo si al llegar a casa los chicos se encuentran con que sus propios padres contradicen lo que en la escuela se plantea. Por ello resulta fundamental la participación activa de los padres, su ejemplo diario a través del ejercicio de actitudes adecuadas traducidas a un correcto comportamiento cívico se torna vital para la eficaz formación de nuevos y mejores ciudadanos.



En estos tiempos de violencia y descomposición social y familiar, debemos más que nunca trabajar en la reconstrucción de nuestros valores sociales, en la formación de ciudadanos comprometidos, íntegros, congruentes, amables, consientes de su responsabilidad con los demás. Ciudadanos con una firme formación moral y ética que los conduzca al cumplimiento de sus responsabilidades cívicas y a la defensa de nuestros derechos individuales y sociales.




Sólo así tendremos la oportunidad de proporcionar a nuestras familias una sociedad más justa, próspera y con mayores oportunidades de desarrollo para todos.

6. Yo no tengo diabetes

Publicado el 19 de octubre de 2008
A mi padre

Es verdad, yo no tengo diabetes, o tal vez deba decir, yo todavía no tengo diabetes, porque sé que tengo importantes condiciones para contraer esa enfermedad. Pero no me voy a quedar sentado esperándola, hacer eso sería una causa para apresurar su llegada. Por ello debo tomar acciones urgentes para alejarme de los riesgos y disfrutar de una vida alejada de los daños físicos, emocionales, familiares, sociales y económicos que trae consigo la diabetes mellitus.

Esta enfermedad se ha convertido en uno de los flagelos de nuestros tiempos, pero sé que no llega de improviso. Se acerca lenta y dulcemente. Llegado el momento justo, pega. Y pega fuerte. Provoca una verdadera revolución interior, empieza por desgastar poco a poco el organismo hasta que finalmente lo deshace por completo. Yo no quiero eso para mí, por eso me puse a investigar sobre esa enfermedad y las medidas para prevenirla.

Inicialmente debo señalar que la diabetes es una enfermedad que afecta la manera en que el cuerpo usa la glucosa, el tipo principal de azúcar en la sangre. La glucosa, que viene en las comidas que consumimos, es la fuente mayor de energía necesaria para abastecer las funciones corporales. Para utilizar glucosa, necesitamos una hormona llamada insulina. La diabetes no le permite al cuerpo producir insulina o ésta no funciona como debería. La diabetes es incurable, solo puede ser prevenida o controlada.

La prevalencia de la diabetes mellitus es muy grave, la Federación Mexicana de Diabetes, A.C. plantea en su sitio electrónico cifras verdaderamente alarmantes: La población en México de personas con diabetes fluctúa entre los 6.5 y los 10 millones (prevalencia nacional de 10.7% en personas entre 20 y 69 años) los que posiciona a nuestro país como el noveno lugar de diabetes en el mundo. Se calcula una incidencia de 400 mil casos nuevos casos por año. 13 de cada 100 muertes en México son provocadas por esta enfermedad y el grupo de edad con más muertes por diabetes se ubica entre los 40 y los 55 años. Actualmente 1 de cada tres muertes en México reporta diabetes como causa secundaria.
El panorama que ofrece la diabetes no la hace muy deseable, ni para mí ni para nadie. Ninguna enfermedad lo es, pero ésta prácticamente te va consumiendo a la vista de todos, ya que las concentraciones altas de glucosa en la sangre provocan complicaciones en ojos, riñones, nervios, pies, dientes, encías, amputaciones y disfunción sexual.

Ante esa perspectiva qué puedo hacer para evitarla, cómo puedo protegerme. La buena noticia es que ni mi estilo de vida ni el riesgo de desarrollar diabetes está escrito en piedra. Información del Instituto Mexicano del Seguro Social asegura que puedo oponerme a la tendencia nacional haciendo ejercicio regularmente, consumiendo una dieta bien balanceada y vigilando mi peso.
Eso se escucha muy fácil y puede serlo, estudios científicos revelan que 30 minutos diarios de caminata o de algún otro ejercicio de baja intensidad, acompañados de una dieta baja en grasas lograron una reducción en las probabilidades de desarrollar diabetes tipo 2 del 58% (La diabetes tipo 1 no se puede prevenir). Las cosas están claras, el enemigo a vencer es el sedentarismo, la mala alimentación y el sobrepeso. El reto será ponerle orden y control a esas áreas de mi vida.

Debo entonces iniciar un plan de ejercicios físicos, los médicos recomiendan los de tipo aeróbico dado que éstos hacen que respiremos más profundamente y que nuestro corazón trabaje más. Las alternativas son variadas y económicas: caminar, correr, montar bicicleta o nadar, inclusive bailar es una posibilidad. En esta ocasión no pondré pretextos de falta de tiempo, medios o recursos, nuestra ciudad es pródiga en sitios idóneos para la práctica de estas actividades y la tranquilidad de que aún gozamos me permitirá salir a ejercitarme muy temprano o hasta muy noche. Lo importantes será activarme, moverme, realizar actividad física y disfrutar de ella.
Otro punto importante es la alimentación, en este punto, haciendo un análisis de mis hábitos de consumo me he dado cuenta de que mi dieta, como la de casi todos los campechanos, parece ser la idónea para contraer diabetes. Usted sabe: tacos, panuchos, tortas, tamales, chicarrón, carnitas, fritangas y otras cosas sabrosas pero no muy saludables. Ni modos, hay que cambiarla por una que sea baja en grasas, baja en azúcares y sal y alta en fibra. Debo comer menos carne de cerdo y más pollo y pescado, preferir horneados o asados que fritos. Nada de refrescos gaseosos, pasteles y chocolates; comer panes y cereales integrales, verduras, frutas frescas, cebada, lentejas y frijoles, entre otras cosas.

Finalmente debo reconocer que tengo sobrepeso, por consiguiente mi meta será bajar de peso, esto lo podré lograr ingiriendo menos calorías y aumentando la cantidad de ejercicio. Un buen ritmo para bajar de peso es entre 250 y 500 gramos por semana, esto hará que en seis meses yo disminuya entre 6 y 12 kilos, suficientes para tener un peso saludable. Esto necesariamente implicará desarrollar nuevos hábitos de alimentación, un estilo de vida distinto y ser constante, responsable y honesto en el control, tal vez al principio parezca difícil pero la salud bien lo vale.

De cualquier manera no debo confiarme, continuaré asistiendo a consultas preventivas y realizándome estudios para medición de glucosa cada seis meses. Deberé estar al pendiente de los síntomas (aumento en la sed, la micción y el apetito; fatiga, visión borrosa e infecciones que sanan muy lentamente). Si a pesar de todo la enfermedad se presenta, una detección temprana me dará una gran oportunidad de mantenerla a raya y en control.
El camino para la prevención de la diabetes será difícil y largo, serán muchos los obstáculos que deberé superar, pero estoy consciente de que aún mucho más largo, penoso, costoso y complicado será sufrir la enfermedad. Por lo que mi responsabilidad y mi compromiso será el autocuidado de mi salud, mis esfuerzos se enfocarán a estar y mantenerme alejado de las enfermedades y sobre todo de la diabetes. Hoy estoy y me siento sano. Hoy no tengo diabetes. De mí depende que mañana tampoco. ¿Y tú, que estás haciendo para mantenerte sano? o prefieres esperar y formar parte del mundo de la diabetes mellitus.

5. Siempre podrán ser amigos

Publicado el 11 de octubre de 2008

A mi hijo Javier Edoardo y sus amigos

Siempre podrán ser amigos, siempre que ustedes quieran podrán estar cerca unos de otros sin importar la distancia y el tiempo, dije a mi hijo. Él me miró y asintió, observó a sus compañeros de escuela y algo brilló en sus ojos de niño. Era el final de la fiesta de despedida de la primaria y el ánimo decaía, había desesperanza e incertidumbre ante un futuro que parecía alejarlos después de seis años juntos. Sus mentes y corazones no alcanzaban a vislumbrar que ese final de fiesta podría bien transformarse en el principio de una larga historia de vidas permanentemente entrelazadas por el afecto y el cariño sincero de amigos.

Después de la clausura oficial de cursos en la primaria “Margarita de Gortari” mi hijo y un grupo de sus más cercanos amigos del sexto año grupo “A”, organizaron una fiesta que inició en las primeras horas de la tarde de un sábado cualquiera y se prolongó hasta ya cerca de la medianoche de un día que para muchos de ellos, sería uno de los mejores de sus cortas vidas compartidas. Luego de bailes, risas y juegos y en medio de luces de colores y de la música que a ellos les gusta, vinieron las despedidas y junto con ellas: las lágrimas, los recuerdos y los buenos deseos.

Yo lo miraba todo desde un rincón de aquel lugar y por un instante me pareció que se despedían como si jamás se volvieran a ver y nunca más volvieran a saber nada de ellos, como si dejar de estudiar juntos representara cerrar una página definitiva en sus vidas y un abismo de distancia se fuese abriendo entre ellos. Me pareció tan absurdo en esta época de comunicación electrónica instantánea, pero lo entendí y comprendí.

De manera atropellada, algunos de los papás que ahí se encontraban y yo, tratamos de infundirles ánimos a esos afligidos niños, les explicamos que las personas no necesariamente tiene que estar juntas para ser amigos, que el mundo es un lugar de múltiples posibilidades y cuando los amigos se quieren pueden estar emocionalmente cerca uno del otro a pesar de la distancia física, a pesar de los años y de las condiciones de vida que el destino tenga para cada uno de ellos. No estoy seguro de que hayamos sido todo lo convincentes que hubiéramos querido ser.

Casi sin querer recordé a mis amigos de la secundaría, apenas un día antes había compartido un café y una plática alegre con algunos de ellos. Traté de entender cómo era posible que después de casi 30 años de haber compartido las aulas pudiéramos seguir siendo amigos y continuar las pláticas, bromas y juegos como antes.

¿Cómo fue que nuestra amistad había, no solamente sobrevivido al tiempo y a las temporales ausencias y desavenencias, sino que además, los lazos se habían estrechando y fortalecido? La verdad es que no tengo una respuesta exacta y no creo que exista una fórmula precisa para conservar a los amigos, pero hay un conjunto de valores y acciones muy específicas que hoy, después de algunos meses de aquella noche de despedida, quisiera comentar para mi hijo Javier Edoardo y sus amigos. Las iré enumerando, no en orden de importancia, ni siquiera de manera alfabética, sino como se van ocurriendo.

Inicialmente les diré que es bien importante que se den ánimos entre sí, esto significa que cuando se descubran tristes o preocupados deben encontrar las palabras y las acciones precisas y adecuadas para ayudarse a recuperar la energía y las ganas de hacer las cosas. Otro factor vital es la fidelidad, esto trata de no traicionarse, no hablar mal de los amigos ni hacer cosas que los pueda dañar física o emocionalmente. Esto hará que nunca se pierda la confianza, recuerden que la confianza es ese acuerdo amistoso de guardar los secretos y las confidencias y que, si la confianza se destruye o se daña, todo lo demás estará perdido.

También es necesario que se amen, me refiero al amor de amigos, en este sentido amar es darse alegría, convivir, preocuparse el uno por el otro, estar cerca en los mejores momentos y en los más difíciles de sus vidas, esto les ayudará a duplicar las alegrías y a superar más rápidamente las tristezas y los momentos de angustia.

Otro valor que deben practicar es la sinceridad, esto significa que deben decirse siempre la verdad, no fingir, ni en lo que dicen ni en lo que sienten. También hay que desarrollar la habilidad para comprender a los amigos, esto es, encontrar y entender los motivos que alguien tiene para decir o hacer algo.

Para todo lo anterior, es fundamental aceptar las características personales del amigo: sus valores, ideas, miedos, aciertos, errores, en definitiva su forma de ser. También aceptar sus limitaciones y aspectos físicos. Este último punto se enlaza directamente con el respeto, que se refiere a que no deben rebasar los límites establecidos por el amigo hacia su persona, opiniones, ideas y propiedades.

Finalmente, deben practicar el perdón. Perdonar es olvidar la ofensa o el daño, no sentir rencor, el perdón no hace libres. Es este aspecto lo que deben hacer es simplemente no culpar. No culpar es un acto de amor. Cuando no culpamos no necesitamos perdonar.

Por otra parte, traten de mantenerse en contacto, les será muy fácil ya que cuentan con teléfonos celulares, messenger y correo electrónico. Propicien encuentros, reúnanse periódicamente para celebrar cumpleaños o simplemente para ir al cine, cenar o nada más para platicar, relatarse alguna confidencia o comentar cualquier cosa que les parezca importante. Acompáñense cuando vayan de compras, a hacer tareas o para ver el fútbol. Cualquier pretexto es bueno para estar cerca de los amigos.

Estoy seguro que si conjugan lo anterior y otros valores y acciones positivas que se les ocurran, podrán muy fácilmente seguir siendo amigos a través del tiempo. Se darán cuenta que dentro de poco se reunirán para fiestas de XV años, después para bodas y bautizos y cuando se den cuenta se referirán a ustedes mismos como amigos desde la infancia, porque se han visto crecer y desarrollarse como seres humanos y porque han estado juntos cuando más lo han necesitado.
Y no se imaginan lo grato que será para ustedes darse cuenta cómo al paso de los años su amistad se mantuvo estrecha y fortalecida y cómo el estar cerca de los amigos hizo que sus vidas fuesen más alegres, divertidas y cálidas.Me da mucho gusto saludar desde este espacio y desearles a Hannah, Isaac, Mónica Fernanda, Ricardo, Carolina, Santiago, Kassandra, Eber, Yesenia, Jorge, Andrea, Iván, Betsy, Mex, Areli, Rodrigo, Mónica Hanalí, Luis Leonardo, Scarlett, Danya y por supuesto a Javier Edoardo mucho éxito en sus vidas y que siempre, siempre puedan ser amigos.

4. Un regreso a la empatía

Egoísmo, violencia, intolerancia, indiferencia ante el dolor y las tragedias ajenas parecen ser las actitudes que prevalecen en estos tan ajetreados tiempos en nuestra sociedad. Que distantes se ven los días en que los valores relacionados con el respeto y la consideración a los demás representaban la manera de vivir de las personas.

Estas reflexiones vienen a colación en virtud de un desafortunado video que cayó en mi correo electrónico en fechas pasadas y que muestra con toda su crudeza y su brutal realidad el asesinato de una muchacha “emo” a manos de una turba de enardecidos jóvenes. En el video se plasman imágenes de personas agrediendo, golpeando, pateando y aplastando a la chica. Aparecen también otras personas que graban o fotografían los hechos.

No se observa en ninguno de ellos, el menor asomo de solidaridad con la joven, nadie hace el mínimo intento por detener el crimen, calmar los ánimos o realizar cualquier acto que nos represente como seres humanos. Nada, nadie hizo algo por ella y ella terminó muriendo delante de una sociedad indolente, deshumanizada y cada más inconmovible y familiarizada con este tipo de acciones.

Si la vida fuese como proyectar una película en casa, era ese el momento en el que deberíamos apretar el botón de pausa y tratar de sentir el dolor chica, su angustia e incredulidad ante la inmerecida violencia de que era objeto y encontrar los argumentos que permitan detener el ataque. Eso, ponernos en los zapatos de los demás y tratar de entender y comprender su mundo y sus ideas desde la perspectiva de ellos, es a lo que en términos de la teoría de inteligencias múltiples de Howard Gardner se le llama empatía.

La empatía, llamada también inteligencia interpersonal es la capacidad de sentir en un contexto común lo que una persona diferente puede percibir. Es poder vivenciar la manera en que siente otra persona y de compartir sus sentimientos, y esto es lo que nos lleva a comprender su comportamiento, ideas y decisiones. Las personas que desarrollan la empatía son aquellas que son capaces de escuchar integralmente a los demás y entender sus problemas y motivaciones e incluso de anticiparse a las necesidades de sus acompañantes. Ser empáticos es ser capaz de “leer” emocionalmente a los demás y es, al mismo tiempo, un rasgo característico de relaciones interpersonales exitosas.

La empatía se facilita en la medida que conocemos a las personas, que descubrimos sus motivos de enojo, alegría, tristeza o desánimo y su consiguiente modo de actuar. Si nos apuramos a ser considerados con los demás, a conocer y comprender sus necesidades, podemos cambiar nuestra forma de pensar con relación a ellos y reajustar nuestro propio comportamiento en beneficio de una sana y armónica convivencia.

En cuanto a las actitudes que debemos tener para desarrollar la empatía destacan: escuchar en forma activa y total a los demás, escuchar con la mente abierta y sin perjuicios; prestar atención y mostrar interés por lo que nos están contando, no interrumpir mientras nos hablan y evitar convertirnos en un experto que se dedica a dar consejos y determinar lo que los demás deben hacer. Debemos también tener la habilidad de descubrir, reconocer y recompensar las cualidades y logros de los demás, esto hará que los otros descubran nuestra preocupación e interés genuino en ellos.

Bajo la particular óptica de mi abuela y en sus propios y personales términos, eso sería ser respetuoso con los pensamientos y sentimientos de todas las personas, considerado con las limitaciones, capacidades e ideas de los demás, ponerse en el lugar de otros para no hacer lo que no nos gustaría que nos hicieran. Volverse menos egoístas y mas compartidos, pensar siempre en lo que les puede agradar o molestar a otros. Desarrollar la tolerancia y la paciencia con los que nos rodean. Ayudar siempre que se pueda y tener buenas relaciones con familiares, amigos y vecinos. Ser atentos, serviciales y comprensivos, incluso con los desconocidos que nos solicitan ayuda o apoyo. ¿Qué tan difícil puede ser seguir la filosofía de la abuela?

El mundo cada vez esta más lleno de escenas como la de la chica del video, pero solamente regresando a los valores tradicionales, reforzando las conductas positivas y reprimiendo las negativas es que podremos estar en posibilidades reales de desterrar por completo las prácticas de violencia e intolerancia que se manifiestan en la actualidad Únicamente rescatando las antiguas enseñanzas y dándoles un nuevo impulso que llegue a la conciencia y a la creación de hábitos positivos en nuestros hijos es que podremos vencer las amenazas latentes y manifiestas que acechan a nuestra sociedad.
El peligro está en las puertas de nuestras casas, es la indiferencia ante el dolor ajeno, la intolerancia a formas distintas de pensar, sentir y actuar, la enajenación ante modas y costumbres ajenas, la violencia llevada a extremos insospechados e increíbles, la falta de altruismo y de valores que nos acerquen al amor al prójimo. Pero no estamos desarmados, tenemos las herramientas, usémoslas, regresemos a la empatía, a los valores, costumbres y tradiciones que nos convirtieron en un pueblo afable, hospitalario, solidario, cálido y amable. Es por el bien de la sociedad y por la tranquilidad y sana convivencia de nuestras familias.

3. Tiempo de otoño

Publicado el 26 de septiembre de 2008
A los amigos de siempre.

De pronto llegó, no lo esperaba, ni siquiera un aviso previo, simplemente está aquí. Lo puedo sentir en el aire, en el espacio claro de mis pensamientos, en el ambiente adormecido de la ciudad. Es el tiempo de otoño, el tiempo de la cosecha, de la reflexión y el análisis. Época de revisar el cumplimiento de metas, de replanteamiento de estrategias, valoración y cambio. Tiempo de otoño, de hojas caídas y de brotes que se renuevan, de tonos sepia y de coloridas promesas. ¿Puedes verlo? Está a las puertas y es imposible dejarlo ahí.

Hace años, mi idea del otoño era como en aquellas clásicas películas norteamericanas: la toma inicia con el viento trémulo que barre las hojas marchitas de los árboles en un parque vacio. A lo lejos, una banca solitaria extraña a los que ya no están y que jamás regresarán. El cielo gris del atardecer regala las últimas sombras que se precipita y se estiran con pereza por la calzada. Los árboles desnudos parecen murmuran recuerdos de otros ayeres, canciones adormecidas entre sus ramas que se aferran con desesperación a sus últimas hojas, a sus últimas notas.

A cuadro aparece alguien que camina solitario, se arropa y mira hacia el horizonte más allá de las colinas, más allá de las nubes que prometen lluvia, más allá de sus propios sueños. Acercamiento al rostro del actor que refleja en sus facciones el paso y más que otra cosa, el peso de los años. Finalmente la cámara nos regala una vista de pájaro para contemplar la soledad y el silencio que atrapa la escena y que nos sumerge en un universo de melancolía y de anhelos que se marchitan. Así era el tiempo de otoño cuando la primavera se reflejaba en mis ojos y se recreaba en el patio de mi casa.

Y es que el otoño lleva a cuestas una carga emocional muy importante, se le vincula con la madurez, interpretada no como etapa de esplendor humano, de plenitud de las funciones corporales, emocionales y mentales, sino como una dramática preparación para la vejez. Se le enlaza al decaimiento de las fuerzas y del ímpetu de la juventud, a los primeros cabellos blancos que se asoman en las sienes, a los primeros achaques y dolencias que presagian un debilitamiento en la calidad de vida y el principio de males que nos aquejarán en la ya cercana e inevitable vejez. Nada puede ser más erróneo que eso.

Hoy, desprovisto ya de las dolencias de la juventud y cuando el tiempo de otoño se asoma presuroso a mi ventana, son otras las imágenes que se precipitan a mi mente: es un enorme árbol colmado de frutas a punto de madurar en medio de un paisaje siempre verde, siempre luminoso. Una tarde apacible de lluvia con ritmo de jazz y sabor a café. Una velada de reencuentro con los amigos de la secundaria y la plática siempre rebosante de recuerdos, añoranzas y risas que parecen no terminar. Una última mirada para contemplarla relajada y serena en la penumbra tibia de mi habitación.

El tiempo de otoño es un tiempo de reflexión y análisis. Comparar lo que planeamos para nosotros cuando teníamos 20 años contra lo que hoy hemos logrado y determinar con honestidad si el presente nos gusta o no. Es un instante de claridad y madurez que nos permite vislumbrar si con lo hasta ahora realizado nos basta para ser felices y sentirnos satisfechos; esto es de vital importancia porque, estoy seguro, nadie quiere llegar al final de su vida con asuntos pendientes que comprometan las expectativas de autorrealización. Reflexionar, analizar, sopesar y tomar decisiones adecuadas son ventajas que disponemos en el otoño y que debemos aprovechar para nuestro beneficio.

Esto significa que el otoño es también un tiempo valioso para ponernos en acción. Sea para cosechar los frutos del esfuerzo, dedicación y entusiasmo o para redirigir los pasos hacia horizontes más amplios y descubrir nuevas sendas que nos conduzcan a destinos mayores. Es el momento de caminar con seguridad, sin prisas ni miedos, caminos que nunca antes habíamos caminado y cantar canciones que jamás se habían cantado. Atrevernos a hacer lo que siempre hemos querido y aplazamos por las faenas diarias del trabajo y el hogar. Dejar de postergar las acciones que nos impulsan a la plenitud y la felicidad auténtica y verdadera. Salir de nuestra área de comodidad y lanzarnos a la aventura de vivir la vida.

Es la última oportunidad de tomar las riendas y el control de nuestras vidas, de ir a donde siempre quisimos ir y hacer lo que siempre quisimos hacer. No existen límites: correr el maratón, nadar más que nunca, escalar montañas y explorar cavernas, descubrir nuevas geografías y quizás nuevas anatomías. Abrazar más que nunca, escribir libros y poemas, bailar los carnavales, conocer personas, desarrollar habilidades y capacidades, lograr tantos triunfos como nosotros mismos quisiéramos. Este el momento y este es el tiempo, si no es ahora, no será nunca.

El otoño nos puede regalar los beneficios de la felicidad que nunca termina, la satisfacción que conduce a la realización plena como seres humanos. La madurez y la inspiración, el ánimo y la motivación, las oportunidades y los recursos para aprovecharlas y explotarlas al máximo. El tiempo de otoño es un tiempo de renovación y cambio con rumbo y dirección. Ahora, la escena de otoño es una visión del mar sereno, la luna de octubre ilumina y dibuja un sendero de plata sobre la superficie del océano, en él navega una barca hacia el horizonte infinito.
La cámara gira y nos ofrece una toma de la playa, sobre la arena hay huellas profundas, ni la brisa ni las olas las pueden borrar. A cuadro aparece alguien que mira esas huellas y sonríe. Nuevo giro y aparecen aves que se alejan juntas. La luna declina y el cielo se va llenando con las luces y los colores de un nuevo amanecer.

2. ¿Qué harias si no tuvieses miedo?

Publicado el 21 de septiembre dde 2008
La pregunta surgió como una flecha flexible que penetró en mi cabeza, no lastimó, no dañó, ni siquiera sentí dolor. Se abrió paso por la corteza cerebral, esquivó el lóbulo prefrontal, la corteza motora y el cerebelo, libró las neuronas y finalmente se alojó en lo más profundo de mi sistema emocional. Desde entonces, no puedo librarme de ella, siempre está presente y repica incesantemente en los instantes de decisión más importantes de mi vida.
La pregunta emerge del conocido libro “¿Quién se ha llevado mi queso?” de Spencer Johnson. En él, uno de los personajes se enfrenta al terrible dilema de modificar su forma de vivir o quedarse establecido en conductas y paradigmas que ya no son eficientes ante los cambios que se han dado en su entorno. Tiene miedo ante las situaciones desconocidas, teme perderse en los laberintos insalvables de la vida, pero sabe que debe arriesgarse porque sólo de esa manera podrá mantenerse vigente y alcanzar sus más importantes objetivos en la vida.

El miedo es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo ante un medio ambiente que provoca angustia en la persona. El miedo constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia, sea para enfrentar el peligro, sea para escapar de él. En ese sentido, es normal y beneficioso para las personas.

Pero ¿Qué sucede cuando el miedo rebasa nuestros límites, cuándo la cantidad de miedo es mayor que nuestras propias fuerzas? Entonces sus bondades se alejan y el miedo se torna en contra nuestra: nos paraliza, impide tomar decisiones, rehuimos los encuentros, no queremos que lleguen los plazos, nos aislamos y muchas veces, adoptamos actitudes impropias de nuestra actual condición biológica, social y cultural. Finalmente, dejamos que el miedo tome decisiones por nosotros y éstas, por lo general no son las mejores de nuestras vidas.

A lo largo de nuestra existencia, nos encontramos con muchas ocasiones que nos hacen sentir miedo: perder el empleo, la pareja, nuestros bienes, a un ser querido, o simplemente perder el estado actual de las cosas y el estilo de vida que hasta entonces hemos tenido. Nos da miedo el cambio, enfrentarnos a situaciones desconocidas porque creemos que no tendremos las capacidades necesarias para desempeñarnos con eficiencia ante una realidad distinta a la que conocemos. Si hacemos un análisis retrospectivo podremos darnos cuenta de las cosas que perdimos porque no supimos vencer el miedo.

Si hubiésemos sido capaces de sobreponernos a la angustia paralizante que nos provoca el miedo al rechazo, al ridículo y al fracaso (entre otras cosas): ¿Dónde estaríamos hoy? ¿Con quién estaríamos? ¿Cuánto tendríamos? ¿Cuántos triunfos dejamos pasar? ¿Cuántas veces vimos como el éxito pasó por nuestro lado y no fuimos capaces de tomarlo? ¿Cuántos negocios no abiertos e ideas perdidas? ¿Cuántos besos no dados, experiencias no vividas, ilusiones marchitas, deseos no satisfechos y plazos no cumplidos? ¿Cuántas canciones, poemas y libros no escritos? ¿Cuántas oportunidades colgadas en los percheros, perdidas en la indefinición? ¿Cuántas veces nos conformamos a seguir con lo que tenemos porque pensamos que no podremos tener más, que no merecemos más y por ello renunciamos a las posibilidades, los sueños y los impulsos que pudieron haber detonado nuestras vidas a niveles no imaginados?

Vencer el miedo es una tarea que no admite demoras, en ello deben estar comprometidos nuestros principales esfuerzos. Para ello lo primero es aceptar que el miedo es una respuesta normal en el ser humano, en otras palabras, cada vez que queremos crecer o tomar una decisión importante o salirnos de nuestra zona de comodidad sentiremos miedo, ya que este quiere protegernos de lo desconocido.

Pero no debemos detenernos ante este miedo, es preciso enfrentarlo, es primordial actuar a pesar del miedo, para avanzar desde un lugar de incertidumbre y parálisis hasta un lugar de poder y confianza. Enfrentar y vencer el miedo nos hará sentirnos libres, cómodos, confiados y tener el control y la voluntad de correr hacia la conquista de nuestros deseos, aspiraciones y metas.

Una vez que hayamos triunfado sobre nuestros miedos, hagamos una reseña de nuestros éxitos donde recordemos las ocasiones y los sentimientos de orgullo y satisfacción que acompañaron a nuestra conquista. Finalmente celebremos nuestros éxitos, consintámonos, démonos una merecida recompensa porque tomamos el control de nuestras vidas y por fin podemos sentirnos libres de esa atadura que nos impedía realizarnos plenamente como seres humanos. Festejemos que evitamos la amargura y el dolor de llegar al final de nuestras vidas y notar que solo actuamos como comparsas en el concierto de los que sí lograron aplastar a sus propios demonios internos.

¿Qué harías si no tuvieras miedo? La pregunta continua flotando en el ambiente, se desliza por las paredes, se cuela por hendiduras y espacios vacios. Se renueva y replica. Retumba y el eco ensordece. ¿Qué harías si no tuvieras miedo? Las respuestas están en cada uno de nosotros, la fuerza y la decisión se esconde en el interior de nuestros corazones, de nuestras emociones y actitudes. La capacidad está en nosotros. Asumamos el reto y la responsabilidad.

1. Motivos para escribir

Publicado el 13 de septiembre de 2008
Para Lalo con profundo cariño

¿Por qué debo escribir? O mejor aún ¿Por qué quiero escribir? Podría decir que solamente porque sí, pero mentiría. Podría asegurar que tengo importantes razones sociales y culturales, así como trascendentales argumentos que cambiarán el rumbo del país, pero también mentiría. ¿Me persigue la inspiración, las musas, los duendes que se alimentan de las letras? No es así. ¿Entonces? Escribo porque necesito hacerlo, porque existe alguien enojado y fastidiado por el hecho de que yo no escriba nada. Necesito escribir para calmarlo y para que abandone sus diarios reclamos y quejas que ya no me dan vida. Les diré de qué se trata.

Todo surgió a principio de los años setentas, cuando descubrí que en los periódicos, además de la cartelera cinematográfica y la sección deportiva, existía la página editorial. No recuerdo a muchos de los escritores de ese entonces, para ser más exacto sólo recuerdo a don Marco A. Almazán y su entonces famosa y humorística columna Claroscuro; mención aparte sus directas, rara vez profundas pero siempre filosóficas “Píldoras Anticonceptistas” y ni hablar de su libro “Don Baldomero murió virgen”. No recuerdo cuantas veces leía y releía esos escritos, no recuerdo cuantas veces pasé de las sonrisas a la risa abierta ante el ingenio y la agudeza del señor Almazán. Lo que sí recuerdo es que siempre quise escribir como él.

En aquellos días de la infancia: las ideas, los conceptos, las definiciones y las expectativas eran sencillas y claras, no existían recovecos ni complicaciones, nada de vuelcos, nada de análisis, nada de sugerencias ni de imposiciones. Todo se remitía a declarar, cuando yo sea grande quiero ser bombero, policía, astronauta o lo que fuere. Yo también hice mi declaración: cuando yo sea grande quiero escribir en el periódico, quiero que la gente lea lo que pienso, que me reconozca por lo que escribo. Lo penoso del asunto es que no definí con exactitud el parámetro de ser grande. Y ahora, cuando ya he rebasado los 40 años he decidido por fin que ya soy grande y que ser congruente conmigo mismo es convertirme en lo que quería ser de niño.

Es verdad, uno se hace grande mucho antes de los 40 años, pero también es cierto que los diversos senderos de la vida te alejan irremediablemente de los sueños infantiles. Muchas veces no te das ni cuenta cuando las exigencias de una familia en continuo crecimiento y los vaivenes incesantes de la vida productiva logran que las personas focalicemos toda nuestra energía en lograr sustento y patrimonio. Por otra parte, existen tiempos en que nos asaltan las turbulencias de la vida y en esos torbellinos perdemos la ruta de nuestros anhelos primeros y nos concentramos únicamente en sobrevivir. En esos escenarios me diluía y siempre, siempre existía una excusa para aplazar los sueños.

Pero en un instante, en un momento cualquiera de un día que ya no recuerdo, alguien murmuró quejas desde el pasado, sin darme cuenta, el murmullo subió por las paredes, invadió mi espacio, mi casa, mis recuerdos y cimbró todo mi universo interior y finalmente se convirtió en un abierto reclamo: ¿Qué estas esperando? ¿Hasta cuándo? Entonces supe que no tenía más opciones que atender las exigencias de aquel niño cuyos deseos no había realizado. Él confiaba en mí, pero su paciencia se había terminado.

Por eso estoy frente a la máquina (en realidad es una computadora, pero eso es menos romántico) sin buscar fama ni gloria en las letras, porque además temo que eso nunca lo encontraría, sin afanes de trascendencia más allá de la efímera vigencia de un periódico, sin ideas ilusas de descubrir hilos negros o piedras filosofales, no quiero construir espacios de denuncia pública o de crítica ácida, no quiero ventilar los tropiezos y penurias de políticos ni criticar las tareas del gobierno en turno. No, nada de eso.
Mi mayor pretensión es cumplir los deseos al niño aquel que soñaba frente al periódico y con ello calmar su enojo. Decirle que puede estar tranquilo que por fin ahora es grande y es el tiempo y el momento de cumplir sus anhelos de “escribidor” de periódicos.
Debo mencionar que aún no tengo del todo claro los temas que quiero abordar, pero sé que todo irá surgiendo, que encontraré elementos, motivos, razones y circunstancias por aquí, por allá y por todos lados para ir llenando hojas con palabras que se tornarán en párrafos, estos irán tomando forma hasta convertirse en pensamientos escritos, en ideas impresas y en la vida misma. De eso no me queda la menor duda. Y si en el camino de cumplirle al niño, alguien más me lee y me sigue leyendo, entonces misión cumplida, mí estimado Lalo.